’70-21′, de Rosa Torres
Shiras Galería
Vilaragut 3, València
Hasta el 17 de abril de 2021
Dice Rafael Chirbes, en su novela ‘En la orilla’: “Gracias a la inteligencia y al trabajo, la fragilidad del hombre y del barro se convierte en resistencia”. Sustituyan la palabra hombre por la de mujer y tendrán el perfil, siempre aproximado, de Rosa Torres, quien ahora expone una selección de trabajos en Shiras Galería bajo el título de ’70-21’. No es una retrospectiva (“tengo tanta obra que no cabría”), sino una muestra de su vasta producción, a modo de ilustre comparativa de sus 50 años de trayectoria artística.
“Es una manera de contrastar las primeras obras con las más recientes, algunas del verano pasado”, explica Torres. Contraste que permite poner en cuestión la supuesta repetitividad de su trabajo, mayoritariamente centrado en el paisaje y la más extensa naturaleza. “Ha habido quien, al entrar en la galería, ha pensado que las obras eran de dos pintores distintos”, subraya la artista, que dice haber tenido la suerte –desde que expuso, por primera vez, en la Galería Sen de Madrid, en 1970– de vivir del arte.
“Mi padre era profesor de dibujo y quería que estudiara la carrera para dar luego clases”. Pero Rosa Torres, ya lo hemos dicho, a base de inteligencia y trabajo, ha convertido la supuesta fragilidad en resistencia, labrando a lo largo del tiempo una obra fácilmente reconocible y asociada a su nombre: la vulnerabilidad de la rosa y la consistencia sólida de las torres. Fragilidad y resistencia igualmente ligadas a sus paisajes, que empezaron siendo “grises, con poco color y manchas pequeñas”, para ir “cobrando con el tiempo más protagonismo el color”, destaca la artista.
De manera que la naturaleza, objeto de su constancia a la hora de traducirla en imágenes, siendo la misma (“soy una obsesiva con los temas”), no ha dejado de cambiar. “Parece que siempre hago lo mismo, de ahí esta exposición”, dice, sin duda ejemplo de los variados paisajes que han ido saliendo de su fértil imaginación. “La combinación de colores es infinita, daría para 1000 vidas”, asegura, por si cabía alguna sospecha acerca del cambiante mundo reflejado en sus cuadros, por mucho que haya un sello, fruto del pertinaz trabajo creativo, que lo singularice.
Recuerda que hubo un tiempo en que también pintó figuras y animales salvajes, al igual que cierta mitología, pero siempre asociados sus trabajos con esa naturaleza, de nuevo bien traída, del filósofo Gastón Bachelard: “Comprendemos la naturaleza resistiéndola”. Los abrumadores paisajes románticos, que venían a sobrepasar los límites de la razón con la que los ilustrados pretendían conquistarlos, se convierten en la obra de Rosa Torres en espacios de un lirismo inagotable, mediante el cual la artista los contiene, resistiéndose a su desaparición.
Ahora le vienen a la mente los “miles de molinos del Maestrazgo”, tierra comprendida entre Castellón y Teruel, que amenazan con hacer desaparecer lugares de gran encanto. “Es una barbaridad. No estoy en contra de esos molinos, pero que se coloquen de una forma coherente y más estudiada”, afirma, para después señalar: “Ese paisaje lo tengo muy pintado”. De nuevo, la resistencia y la pintura como forma de “interpretar mediante imágenes” aquello que nos inquieta. “Intento pintar cosas que me conmueven y transmitirlo con colores”, añade.
Lo suyo no tiene nada que ver con el tan traído arte comprometido: “No pienso pintar cuadros con molinos sangrando”, ironiza, porque para ella la pintura está asociada con el lenguaje plástico, apuntando hacia otros lugares para quienes prefieran la denuncia a la expresión pictórica. “En vez de pintar, que se hagan escritores o periodistas”, proclama. He ahí la resistencia de una artista que lleva 50 años creando al margen de las tendencias ideológicas: “Ha habido muchas modas, pero yo he preferido seguir investigando siempre en torno a las formas, las líneas, las manchas y los colores”.
Hablando de colores, Vincent Van Gogh llegó a decir que había intentado expresar las terribles pasiones de la humanidad mediante el rojo y el verde. ¿Las pasiones de Rosa Torres por qué colores transitan? “Pues, precisamente, un color que me gusta mucho es el verde; pinto mucho en verde, es muy relajante”. Y entonces rememora los verdes de Euskadi, por su estancia de muy joven en Llodio, trayendo a colación lo que alguien le dijo: “Tus verdes son los verdes del País Vasco. Aquí, en la Comunidad Valenciana, son más secos”.
Con el tiempo, se ha ido dando cuenta de lo difícil que resulta combinarlos, de ahí su progresiva fijación en “esquematizar cada vez más”, trabajando con “la menor cantidad de colores posible”. Dice que las cosas simples le resultan más interesantes que las complicadas (“me gustan mucho las novelas cortas”), aludiendo a la poesía como ejemplo de creación de sensaciones con muy pocas palabras. Y añade, a modo de colofón: “La sencillez es una cosa muy compleja”.
Salió recientemente en los medios de comunicación por haber quemado públicamente, en una acción reivindicativa en el Centre del Carme, un buen número de obras suyas que fueron plagiadas. Plagio reconocido mediante sentencia judicial, que no tuvo, sin embargo, los efectos económicos correspondientes al agravio artístico. “La gente tiene un morro que se lo pisa”, afirma contundentemente. “He visto mi obra reproducida sin permiso en infinidad de sitios y yo, económicamente, no he obtenido nada”. “De mis imágenes”, resalta, “se han aprovechado muchísimo”.
Ahora, tras la buena acogida de su obra en Shiras (“la exposición está yendo muy bien, a pesar de la época que estamos viviendo”), ya está dándole vueltas a sus próximas obras que dice, sin concretarlo de todo, que bien pudieran estar centradas en los Jardines de Viveros de València, cuya naturaleza arbórea le viene motivando. Para entonces, Rosa Torres ya habrá realizado decenas de bocetos de una naturaleza que, si se complace con la simplicidad, como apuntó Isaac Newton, ya la tiene por entero de su lado.
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