II Festival Russafa en Dansa
Sala Russafa
C / Denia, 55. Valencia
Hasta el 19 de mayo
Cultura viene de cultivar. Es decir, de transformar el yermo terreno improductivo en espacio abonado para el crecimiento. Allí donde nada florece, de pronto algo germina. Un país sin cultura es un país negado para la prosperidad. También es cultura la silla eléctrica, sin duda. Y todo parece indicar que es este otro lado sombrío de la cultura el que ahora predomina, al menos desde hace tiempo en nuestro país. Por eso en lugar de cultivar, como hacen en otros sitios, aquí soltamos descargas eléctricas, en forma de desplantes, a la creatividad.
Björk, en la película de Lars Von Trier, Bailar en la oscuridad, escenifica a la mil maravillas lo que desprende el título cinematográfico. Una muchacha que lleva una vida aburrida y sórdida logra sobrevivir a base de imaginativos números musicales, que alumbran su gris existencia. La cultura, en forma de baile, ventilando su contaminada vida. El Festival Internacional Dansa València viene a ser ese oxígeno para una danza amenazada de muerte. La Sala Russafa, con cuatro propuestas escénicas, se suma a ese aire acotado en unos pocos espacios: Teatro Principal, Rialto, Carme Teatre y Espacio Inestable. Toni Aparisi, Manuel Cañadas e Isabel Pérez, directores de La historia de un soldado, ¡Petroff solo quiere bailar! y Miradas, respectivamente, trazan el perfil de esa danza vigorosa por dentro y pálida por fuera.
“DINÁMICA DE SUBVENCIONES”
Toni Aparisi cree que la danza “lleva bailando en la oscuridad mucho tiempo”. Y ello se debe a la acumulación de muchos factores: “Se generó una dinámica de subvenciones, sin pensar si un espectáculo era vendible o no, de manera que se programó sin cuestionar la rentabilidad. A su vez, nosotros nos hemos mirado al ombligo, sin buscar las formas de autofinanciación”. A eso hay que añadir el hecho de que los programadores culturales, en muchos casos, “son gestores de su propio gusto” y no rompen esa “barrera para dar un voto de confianza a otros espectáculos”. Y, para colmo, el IVA. “En otros países más potentes tienen un IVA cultural más pequeño, porque si la institución pública no puede ayudarte, sí puede hacerte la vida más fácil”. La “suma de todos estos factores” sumió a la danza en la actual “gran depresión”.
“¿Quién da el primer paso para que esto cambie?”, se pregunta Aparisi. Y plantea, entre otras cosas, “acercarse al público con espectáculos más accesibles”, para lo cual se hace necesario una “programación que acoja coreografías vanguardistas, que ayudan al público en esa transición”. También reclama un mayor espacio en los medios y la tendencia progresiva hacia la “autofinanciación”. Hasta que tal cosa suceda, la danza seguirá siendo “una cuestión vocacional, en la que toca reinventarse”. Que es lo que hace Toni Aparisi con La historia de un soldado (o lo que traen las guerras), que arrancó ayer y estará en la Sala Russafa hasta el domingo. En ella, un soldado vende su violín (alma) al diablo, para librarse de la guerra y hacerse rico. Una obra “legible”, con música “muy descriptiva” de Stravinsky a cargo de la Orquesta Ciutat de Llíria, y de actualidad por cuanto refleja la “codicia y avaricia que provocan tantas guerras”. Ahora, “los recortes son aquellos disparos”, subraya Aparisi.
“HAY QUE CULTIVAR LA DANZA”
Para Manuel Cañadas, de la compañía Perros en danza, la situación es “dramática”, tanto por la “falta de público” como por el “escaso apoyo estatal”. Además, “a la hora de programar los teatros no se arriesgan”, llevándonos en este sentido “mucho adelanto” otros países europeos. Y, por si fuera poco, la crisis. “Ahora se nota más, porque se invierte menos en cultura, y si haces un espectáculo que se sale del divertimento, menos aún, porque se prefieren obras aligeradas para que la gente pase un rato feliz en medio de la crisis”. Por todo ello, toca “resistir, sobrevivir” y, sobre todo, “cultivar la danza” de cara al futuro.
Con su espectáculo ¡Petroff solo quiere bailar! (coreografía panfletaria para momentos de crisis), que estará en la Sala Russafa los días 18 y 19, Cañadas lanza un grito evidente. “Se trata de cuestionar para qué sirve bailar, y bailar es sentir, desarrollarse como persona”. La coreografía panfletaria, que él utiliza irónicamente, pretende reivindicar la energía de Petroff, su “libertad de expresión”, con la simple ayuda de una silla, flexos de luz, una maleta y dos marionetas. Todo ello al servicio de la “defensa de la danza, desde la necesidad creativa”.
“ALGO ESTAMOS HACIENDO MAL ENTRE TODOS”
Isabel Pérez, de la compañía valenciana Ballet Español Fusión, lo ve “fatal”, porque “salvo las grandes compañías, las demás nos las vemos para sobrevivir, y eso que presupuestamos de lo más ajustado”. Pues ni así. Aparte de los bolos que no han cobrado, se encuentran encima con ayuntamientos que “no tienen ningún miramiento y pasan de todo”. Incluso los hay “kafkianos”. Y pone un ejemplo: “Me dijeron que si podía reducir el espectáculo a tres cuartos de hora para que fuera más barato…¡como si fueran metros de cable!”.
Isabel Pérez da clases en el Conservatorio y se encuentra con padres que le preguntan de qué va la danza española. “Algo estamos haciendo mal entre todos”, se cuestiona. De manera que entre “la desinformación que todos queremos tener” y el “gasto en grandes producciones, que desequilibra el reparto público, vivir de esto es muy difícil”. Aún así, ahí sigue con Miradas, el espectáculo programado en ‘Russafa en Dansa’ para los días 15 al 17. Un espectáculo puramente visual, con música de Jesús Serrano, y ocho bailarinas que actúan “sin cortes, cambiándose muy rápido de vestuario y sin tiempo para pestañear”. Un espectáculo que ha triunfado en otros países y que aquí todavía busca un patrocinador que le de más vuelo. El que necesita la danza, en perpetuo baile con la oscuridad.
Salva Torres
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