Morning Glory

#MAKMAEscena
Cierra de la Sala Ultramar
Alzira 9, València
18 de febrero de 2024

El final de una sala es también el final de muchas otras cosas. El teatro y la memoria tienen una relación complicada: el tiempo del teatro es el presente. Por eso cuando cierra uno de estos edificios, el peligro de que las vivencias que albergó en su interior se esfumen, es enorme.

Este domingo 18 de febrero y después de 12 años, los focos se irán a oscuro y los aplausos se convertirán en un eco inaudible. Y su recuerdo estará solo en las conversaciones de las personas que lo habitaron, que pisaron su linóleo o sus gradas y que, por unos momentos fugaces, viajaron muy lejos de allí.

Con la obra ‘Morning Glory’, de su directora artística Mertxe Aguilar, se cierra esta etapa de la Sala Ultramar, un espacio que ha sido referente en el teatro alternativo de la ciudad, que ha dado posibilidad de expresarse a nuevos creadores, que ha encumbrado éxitos y ha facilitado premios: ha sido un refugio para aquellos que no tenían un sitio donde compartir su teatro con el mundo.

Sirva este artículo para vencer al olvido. La primera vez que entré en la sala, llevaba pocos meses abierta. Fui a ver ‘Elogio a un solo instante’ de la compañía La Casa Amarilla de Cristina Gómez, para la que yo había escrito una parte del texto. Me hacía especial ilusión ver cómo mis palabras cobraban vida sobre el linóleo en la boca de Laura Bellés y con el movimiento de Cristina y Abel Martí, al ritmo del sonido de Edu Marín.

‘Elogio a un solo instante’, de la compañía La Casa Amarilla, bajo dirección de Cristina Gómez.

Un acto solitario que comienza en la penumbra de un escritorio se convertía en una celebración común de gente que siente en la oscuridad y de personas que generosamente se exponen bajo los focos. Ese primer contacto con aquel lugar estuvo mezclado con nervios, alegría y, por supuesto, miedo. Son sensaciones que solo se dan de esa manera en el fenómeno escénico.

Atravesé el largo pasillo que separa la calle del espacio de representación. Claro que es muy fácil usar símiles referentes a la inmersión, a sumergirse en las profundidades de un elemento líquido. Para mí, ése era el significado de las escafandras y los motivos marinos pintados en las paredes por Marta Pina.

Al llegar a las gradas (que estaban mucho más desnudas que hoy) pude ver el espacio escénico que Carlos Molina había creado. Consistía en unas ventanas colgadas que hacían compañía a la verdadera ventana en el lado izquierdo. Ésta estaba tapada por una tela y al principio de la función (hora en la que todavía había sol), dejaba pasar la luz del patio interior.

La ficción se mezclaba con la realidad arquitectónica de esas cuatro paredes negras. Durante aquella hora tuve la sensación de estar asistiendo a algo importante, único, compartido. Repito que la obra se llamaba ‘Elogio a un solo instante’, y esa frase podría resumir todo lo que tengo que decir al respecto de este lamentable cierre.

‘Cul Kombat’, de Patrícia Pardo, en la Sala Ultramar, en 2019.

Posteriormente, asistí como público a momentos que se han quedado tatuados en mi memoria de espectador y de creador. Uno en especial fue la lectura de un texto inédito de Sanchis Sinisterra, ‘Deja el amor de lado’, en la que invitaron al propio autor. Estaba dirigido por Lola López e interpretado por Àngel Fígols y Victoria Salvador. Al acabar la lectura, aproveché que llevaba mi cámara para hacerle una entrevista en vídeo al autor de ‘El lector por horas’.

Accedió amablemente añadiendo “siempre que sea rapidita”. Le pregunté por su exilio voluntario, por eso de no ser profeta en su tierra. Me contó que se había marchado a Teruel primero, luego a Barcelona, a Madrid y largos viajes por latinoamérica. Me repitió unas palabras que le había dicho Vicent Andrés Estellés, que, por entonces, en el 69 o 70, era jefe de redacción de Las Provincias.

Sinisterra tenía la idea de regresar a Valencia después de marcharse a Teruel y habló con el poeta y periodista sobre esa posibilidad, a lo que Estellés le contestó: “Quítate la idea de la cabeza, hacer cultura en Valencia es como pintar líneas en el agua del mar”.

Esta frase tan poética y digna de un genio viene muy a cuento ahora que se acerca el cierre de la sala. Veo de nuevo el vídeo de aquella entrevista y me parece que Sinisterra está hablando de la actualidad. Pero ya han pasado 11 años y la cosa, con cambios de gobierno de por medio, poco ha avanzado.

Era marzo de 2023. Se cumplían once años de la inauguración. No era el mejor de los momentos, pero la sala seguía llevando a cabo ciclos interesantes y dando oportunidades a los autores de la ciudad. Fui a presentar ‘La primera cárcel’ para su ciclo de piezas breves junto con una escena de ‘2084’ de Iván Arbildua.

‘La primera cárcel’ (fragmento de una obra mayor, ‘El fuego nunca’) cuenta la llamada nocturna de una señora para comunicarle que su madre ha muerto a un joven que está bajo los efectos de las drogas. Allí estuvimos Luis Peset, Vir Roig y yo preparando la pieza corta que acabábamos de mostrar en el festival ACT de Bilbao. De pronto, el espacio diáfano se transformaba en un terreno psicológico en el cual nos adentramos en la mente alucinada de un joven que tiene que enfrentarse a una muerte que ya poco tiene que ver con él.

‘Nosotros no nos matamos con pistolas’, de Víctor Sánchez, en la Sala Ultramar, en 2015.

El milagro de escribir con blanco sobre negro y de ocultar todo aquello que no lleve al público al lugar sensible siempre es misterioso. La intención era convertir ese lugar vacío en un vientre materno con la ayuda de unas pocas luces led.

El teatro tiene mucho de vientre materno, de lugar seguro donde todo lo impensable se convierte en potencialidad. Las funciones eran jueves y viernes después de Fallas y no hubo demasiado público, pero tengo que decir que durante aquellos poco menos de treinta minutos, algo parecido a la magia sucedió entre las personas que estaban en escena y las que mirábamos asombradas en las butacas.

Y para mí resultaba cerrar un ciclo que había empezado la primera vez que estuve allí, diez años antes. Aunque sabíamos que la situación no era fácil, no podíamos pensar que al poco iba a cerrar sus puertas para siempre.

En 2021 y tras la pandemia, la sala tuvo que recurrir al crowdfunding para financiar la temporada. El público en general no tiene ni la menor idea cuando paga 10 euros de que con ese dinero no está pagando la función ni está retribuyendo económicamente a nadie, porque esos 10 euros no dan ni para cubrir gastos.

Para que una entrada cueste esa cantidad irrisoria, debe de haber un dinero público detrás, como lo hay en tantas otras áreas de nuestra sociedad (desde la sanidad, la Iglesia, hasta las fábricas de coches). Porque la cultura es un bien necesario y porque una sociedad avanzada debe ofrecer una cultura de calidad a los ciudadanos y facilitarla, aunque sea ir en contra de la lógica capitalista.

Entrada de la Sala Ultramar de Valencia.

Un poco de historia

Ese espacio estrecho y alargado, oscuro hasta el final, salpicado de verde esmeralda y con reminiscencias del mundo submarino, se bautizó como Sala Ultramar en 2012 por un grupo de amantes y profesionales de la escena que querían convertirlo en un sitio especial donde acudir en busca de autores y autoras valencianas. Eran dieciséis en su origen y provenían de otra experiencia gestionando una sala, que llevó el nombre de Teatro Gran Cielo. Aquellos dieciséis socios buscaban un concepto que englobara su proyecto y por votación, ganó el nombre de Ultramar, como cuenta la propia Mertxe Aguilar.

“Nos inspiraba un poco la manera que se estilaba en Argentina donde se hace mucha exhibición y donde lo técnico no es lo que prima. También había esto de compartir las diferentes facetas de los socios, gente que escribía, gente que actuaba, queríamos una sala viva”.

La sala Ultramar, que abrió como tal en abril de 2012, había sido durante un breve tiempo Espacio Oxímoron y, anteriormente, fue la última sede de Teatro de los Manantiales fundado por Ximo Flores y Ruth Atienza.

El 18 de febrero, la Sala Ultramar hará la última función de ‘Morning Glory’ y cerrará la escotilla. El presente del teatro quedará contenido en sus paredes negras y los murmullos del público que comentan lo recién vivido, en sus paredes blancas.

Ese pasado permanecerá en la memoria y la palabra de quienes pudieron sentir y emocionarse en la oscuridad de la sala. Y el futuro ahí aguarda, mudo en su grandeza, flotando y acercándose desde el otro lado del mar.

Morning Glory
‘Morning Glory’, de Mertxe Aguilar, obra con la que se cierra la Sala Ultramar.

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