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‘La letra herida’, de Sergio Hernández
Contraluz Editorial, 2024
La construcción de la Estación del Norte de València, una gran obra que se prolongó a lo largo de una década, de 1907 a 1917, fue el escenario elegido por Sergio Hernández para ambientar su primera incursión en la narrativa, ‘La letra herida’ (Contraluz, 2024), un relato de corte clásico entre la novela histórica y el thriller situado en el año 1916.
El mes de agosto de ese año, Miguel Mejías llega a la capital del Turia en busca de trabajo, su padre acaba de fallecer y sus deudas lo han dejado sin fondos. Gracias a su amigo Ramón, consigue un puesto en las complejas obras de construcción de lo que en esos momentos es el proyecto más ambicioso de la ciudad, el centro de comunicaciones que va a ponerla en vías del progreso y de la modernidad: la Estación del Norte, concebida por el arquitecto Demetrio Ribes.
Miguel, un joven soñador, sensible y gran lector que aspira a dedicarse a la docencia, no imagina las intensas emociones que le esperan: un amor clandestino y una sucesión de crímenes en los que se verá involucrado hasta el sorprendente desenlace.
Una historia con ecos de Ruiz Zafón e Idelfonso Falcones en la que Hernández invirtió año y medio, y cuyo título, ‘La letra herida’, es una versión democratizada de la expresión lletraferit, que alude a la condición de vulnerabilidad de los protagonistas que se refugian de la realidad tras su pasión por los libros.
Sergio Hernández (València, 1994) es filólogo hispánico por la Universitat de València y guionista titulado por el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma. Ha publicado ‘365 primeras citas’, ‘La última canción de primavera’ y novelas gráficas como ‘Backhome’ e ‘Hysteria’. En la actualidad, combina su trabajo como autor con la dirección de publicidad y su labor de guionista en Collverd, la primera generadora creativa de contenido de ficción de España que desarrolla series y largometrajes para España y América Latina.
¿Qué te indujo a dar un gran salto desde el cómic manga a esta novela?
Creo que todo ha sido parte de un proceso muy natural y orgánico. Siempre quise ser novelista y dedicarme a la narrativa. El cómic, el cine o el periodismo, todos esos géneros por los que he ido transitando estos años, han sido solo una pequeña parte del camino hasta que he llegado aquí. Sin embargo, no ha sido hasta reunir todo ese bagaje de estos últimos diez, doce años, que me he armado de valor para dar el salto y escribir esta novela.
¿Por qué elegiste como escenario la Estación del Norte?
Desde la infancia, las estaciones de tren me han parecido un escenario perfecto para la ficción. Son un símbolo de bienvenidas, despedidas, desamores y nostalgias; un artefacto narrativo lleno de posibilidades para una historia como la que quería contar.
Hablamos de una novela histórica a comienzos del siglo XX y en la que se entremezclan deseos, traiciones y corrupción. Además, cuando comencé a investigar sobre cómo fue realmente el proceso de construcción de la Estación del Norte, con todas las polémicas que entrañó, me resultó imposible echarme atrás. Tanto el Ayuntamiento como la Cámara de Comercio presionaron para que se construyera en esa ubicación tan céntrica y, por otra parte, hubo por esas fechas en toda España numerosas protestas de los trabajadores ferroviarios denunciando sus precarias condiciones laborales.
A diferencia de otros edificios emblemáticos del modernismo valenciano, esta estación simboliza lo mejor y lo peor de nuestra ciudad, y por eso era una obligación moral ambientar esa historia entre sus andenes.
¿Cómo te documentaste sobre la València de principios del siglo XX?
La bibliografía primaria fue esencial. Por suerte, tenemos un patrimonio riquísimo con las obras de Blasco Ibáñez, sobre todo las que tienen una vocación más cronista de esa ciudad costumbrista de principios de siglo. Sumado a ello, los estudios realizados por Gumersindo Fernández, Enrique Ibáñez o Inmaculada Aguilar.
El protagonista, Miguel Mejías, es un hombre serio, gran lector que sueña con estudiar en la universidad y ser profesor. También sensible y vulnerable. ¿Cómo compusiste al personaje?
Una de mis obsesiones a la hora de perfilar a Miguel es que, a diferencia de la apariencia ruda y del corazón huraño de sus compañeros de estación, fuese un hombre vulnerable y subyugado por sus deseos: por un lado, la realización profesional a través de la docencia, y, por otro, un deseo irrefrenable hacia María, la mujer de su único y mejor amigo.
Tal vez, por esa razón el relato está atravesado en su totalidad por la subjetividad de Miguel, donde sus emociones y miedos llevan el pulso narrativo de la historia de la primera a la última página. Narrar desde esa vulnerabilidad era esencial para construir el personaje, pero también para ponernos en su piel y entender el mundo hostil y despiadado que se va dibujando frente a sus ojos.
La relación amorosa de Miguel con María está marcada por títulos como ‘Madame Bovary’ o ‘La Gaviota’. ¿Tienen algún significado especial?
Todas las obras que leen como refugio tienen un sentido muy concreto en la obra. Sin entrar en spoilers, estas novelas nos hablan acerca de amores prohibidos y del peligro que entraña dejarnos llevar por nuestros deseos más profundos. En ese sentido, son una suerte de advertencias para el lector e, incluso, para los protagonistas de lo que podría estar por venir en el tramo final de la obra.
El amor a los libros está presente en la historia. ¿Esa pasión se debe a que tu padre era librero?
Supongo que sí. Es algo con lo que he crecido y que tengo interiorizado desde niño. Por eso me obsesionan tanto las novelas que hablan de otras novelas, o esos libros que tienen como telón de fondo los submundos literarios. Creo que es mi pequeño tributo al mundo de las letras.
La radio comenzó a funcionar en España en 1924, pero en tu novela, ambientada ocho años antes, ya se escucha. ¿Por qué te tomaste esta licencia?
En la obra, la prensa escrita está politizada entre dos diarios que pugnan, constantemente, por establecer una verdad en torno a los crímenes sindicales de la estación. La radio terminó siendo una de las opciones más factibles para ir narrando los sucesos de la estación de la manera más objetiva y, al mismo tiempo, funcionar como una suerte de cronista de la riqueza cultural de la época.
¿Qué te ha ayudado más a componer este libro: tus inicios en la poesía o la práctica en la elaboración de guiones para cómics?
Ambas al mismo tiempo. La poesía ha sido esencial para cuidar las formas y mimar el uso de la palabra en cada párrafo. Sin embargo, trabajar con un lenguaje más apegado al cómic o al cine me ha permitido acercarme a estructuras más sólidas que aproximan la obra a todos los públicos.
El influjo de Ruiz Zafón e Idelfonso Falcones es evidente en tu libro. ¿Qué admiras de esos autores?
Sobre todo, la capacidad que tienen ambos para hacer un retrato de sus respectivas Barcelona y sus gentes. En el caso de Falcones, a través de la construcción de Santa María del Mar, y, en el caso de Zafón, a través de una bruma romántica y gótica que he tratado de rescatar para convertir València en una ciudad propia de una novela negra.
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