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¡Sorolla ha muerto! Una necrológica corpore insepulto | Jose Ramón Alarcón
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2023

“Gente que parecía sacada de un cuadro de Julio Romero de Torres” (Camarón); sillas de anea, bares, calor y humo de cigarrillos (Paco Rabal); barahúndas informativas, “botellas de agua, abanicos y periódicos” (Rocío Jurado); allegados que “caminan sonámbulos” (Antonio Flores); homenajes que “huelen a ciprés” (Enrique Morente) o cementerios que hieden “a reliquias” (Carmen Polo). Si todas las liturgias, los sepelios y las malas nuevas se asemejan, ¿debemos encontrar la singularidad de los ritos en los modos y excesos de aquellos que despiden a sus iconos?

Modos de obrar, (mal)querer y evaporarse corpore insepulto prensados como racimos de manzanillo para que su savia lechosa impregne, verbigracia, las páginas de ‘Mis entierros de gente importante’ (Demipage, 2022), mediante las que Amelia Castilla ensarta las ocho coronas funerarias de otros tantos celebérrimos finados: Carmen Polo, Camarón de la Isla, Lola Flores, Antonio Flores, Paco Rabal, Rocío Jurado, Antonio Vega y Enrique Morente.

“Todos los entierros se parecen con la sobriedad que aporta el luto, los gritos de dolor, las lágrimas y las gafas negras. La diferencia se encuentra en el público que los acompañó”, aseveraba para MAKMA la periodista de El País, entre cuyas páginas Castilla se encargó, durante varios lustros, de acudir tras la cartografía última de personajes con cuyas necrológicas desvestir la eucaristía de un mundo caldeado al sur de las jaranas artísticas.

Sorolla Poliédrico
Portada de MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico. Diseño: Marta Negre.

Y a carta cabal que el fallecimiento de Joaquín Sorolla en su casa de Cercedilla (en plena sierra madrileña del Guadarrama), aquel viernes 10 de agosto de 1923 –tras las cuitas de una parálisis hemipléjica progresiva cerebral que se prolongó durante más de tres años–, acontecía con la naturaleza consabida de un vaticinio que demoraba en cumplirse y, por tanto, ajeno al pasmo y la conmoción propias de un deceso inesperado.

“Cuando visité a Sorolla la última vez, ya su paleta inmóvil colgaba de un rincón del estudio; aún me reconoció. Su naturaleza hizo conmigo una excepción. Mi tristeza era infinita al oír que aquel hombre, portentoso ayer, balbuceaba trémulo protestas contra su enfermedad que le aniquilaba”, recordaba el artista valenciano Francisco Povo Peiró en su artículo ‘Sorolla. Un recuerdo’ (1923). “¿No crees, Povo –me dijo–, que esto que me ocurre es causa de haber trabajado tanto?”, se lamentaba Sorolla. 

Una inquietud desoladora a la que tomar el pulso entre las páginas de ‘¡Sorolla ha muerto! ¡Viva Sorolla!‘, edición especial publicada por la Fundación Museo Sorolla al calor de la exposición homónima comisariada por el departamento de documentación del Museo Sorolla –Blanca de la Válgoma, Sonia Martínez, Rosario López, Ana Muñoz y Berthe Rubaki–, en la que “se traza un recorrido a través de sus últimos años de vida marcados por la enfermedad, la repercusión de su muerte en el mundo de la cultura de su tiempo y los homenajes que recibió con el paso de los años”.

Páginas interiores del artículo publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico.

De tal modo que su óbito, presentido ya por sus colegas y allegados, concitó, sin embargo, un unánime fragor periodístico que comunicaba las rotativas de Madrid y València con los ecos del sentimiento popular que habría de colapsar, tres días después, las calles de su tierra natal al paso del cortejo fúnebre.

“’¡Sorolla ha muerto!’, nos dice la prensa que llega a este nido de gavilanes… y el cerebro suspende su discurso, el corazón sus latidos, la mano deja caer la pluma y los ojos se entornan para en un momento lúcido de quietismo espiritual evocar la gran figura del gran maestro desaparecido del mundo de los vivos”, rubricaba Fidelio –pseudónimo del compositor y crítico musical Bernardo Morales San Martín– entre las páginas de El Mercantil Valenciano, el 14 de agosto de 1923. “Sorolla se ha sobrevivido poco a sí mismo. Puede decirse que ha muerto en plena gloria; puede afirmarse que no hemos conocido su decadencia… y este es el mayor mérito que puede ostentar un intelectual que merece la inmortalidad”.

Una defunción en el empíreo de la perpetuidad que, ofrendas mediante, habría de despejar las incógnitas de su celebridad –tan folclórica como institucional– en València, en la que uniformar de luto al escepticismo propio del cainismo provinciano. “Las ciudades no dan nada a sus genios; al contrario, les quitan. Y se necesita toda la tozudez de los inmortales (…) para no renunciar a toda la grandeza y quedarse en el mundo de los pequeños, donde fracasan todos absolutamente: medianías y grandezas”, compulsaba Satiricón, ‘Visto y sentido’, en La Provincias. 

Una columna publicada un día después de dar al hagiografiado cristiana sepultura en el panteón que su familia política atesoraba en el Cementerio General de València –donde sus restos serían trasladados, en 1953, al mausoleo creado por uno de sus nietos, el arquitecto Francisco Pons Sorolla–, tras la llegada en tren rápido desde Madrid de aquella corte mortuoria secundada por capitanes generales, regimientos de bandera y música, gobernadores civiles, presidentes de academias y orfeones, viceseñores y subsecretarios, y artistas de variopinto cuño que se abrían paso hasta recalar en la calle Bailén, cuyo féretro, “en hombros de antiguos discípulos valencianos” sería depositado en un armón de artillería.

“Las ciudades, particularmente estas ciudades españolas –prosigue con ahínco crítico el columnista–, donde solo sabemos exaltar a los héroes de un lustro, ídolos de una minoría apasionada, fanática o equivocada, son tan egoístas, que se resisten a inmortalizar lo que ellas no inmortalizan. Recorramos las ciudades de toda categoría y hallaremos en gran derroche de mármol y bronce efigies de personajes cuyo nombre no ha traspuesto los arrabales indígenas; en cambio los que la opinión universal consagra, esos suelen faltar muchas veces en las grandes y pequeñas urbes”.

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico, en noviembre de 2023.

Paso del cortejo fúnebre de Sorolla por las calles de València el 13 de agosto de 1923. Fotografías atribuidas a Campúa. Museo Sorolla.