#MAKMAArte
‘Surrealismos. Obra gráfica de la Colección BBVA’
Museo de Bellas Artes de València (MuBAV)
San Pío V 9, València
Hasta el 9 de junio de 2024
Con motivo del centenario de la publicación del primer ‘Manifiesto del surrealismo’ en octubre de 1924, el Museo de Bellas Artes de València (MuBAV), en colaboración con la Colección del BBVA, abre sus puertas a la exposición ‘Surrealismos. Obra gráfica de la Colección BBVA’. La colección ofrece, hasta el 9 de junio, una selecta muestra de obras surrealistas que nos interpelan desde el subconsciente, difuminando las finas líneas entre lo real y lo imaginario.
Las cincuenta y cuatro obras expuestas otorgan gran protagonismo a Salvador Dalí (1904-1989) y Joan Miró (1893-1983), dos de los artistas que junto con Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) conforman la tríada vanguardista hispánica.
El primero nos da la bienvenida al espacio expositivo con la serie realizada en 1974 ‘La conquête du cosmos’ (‘La conquista del cosmos’), compuesta por doce estampas de gran formato creadas mediante las técnicas del aguafuerte y la punta seca.
'Surrealismos. Obra gráfica de la Colección @bbva' es la nueva propuesta expositiva del @GVAmubav que conmemora el centenario del primer ‘Manifiesto surrealista’ publicado por André Breton en 1924.
— Museu de Belles Arts de València (@GVAmubav) March 21, 2024
👉 https://t.co/K1ZqLXAK5w pic.twitter.com/1x8Tj6Ipwp
El nombre de la serie es del todo esclarecedor y testimonia el interés que la carrera espacial despertó en el artista figuerense en la década de los 70. Las láminas presentan las visiones oníricas de Salvador Dalí en las que una serie de figuras con remedos antropomorfos interactúan con elementos fantásticos ubicados en parajes áridos y desolados.
Los espacios dalinianos se inspiran en las primeras fotografías del ser humano en la superficie lunar y, más concretamente, en la fotografía de la cara visible de la Luna, tomada por los tripulantes del Apolo 17 en el valle Taurus-Littrowel, el 13 de diciembre de 1972.
Las obras se nutren de los principios de percepción estudiados por la teoría Gestalt a comienzos del siglo XX y presentan una serie de figuras y objetos en composiciones dominadas por la perspectiva lineal y reforzadas por la presencia de colores cálidos que resaltan la proximidad al espectador y por tonos fríos que dan forma al horizonte espacial.
El segundo gran bloque de obras lo componen los treinta y siete aguafuertes y aguatintas de la etapa surrealista de Joan Miró recogidos en la ‘Serie Mallorca’, realizada en 1973. La muestra, más allá de atestiguar el fuerte vínculo emocional del artista con la isla, es el resultado de la experimentación plástica llevada a cabo por Miró tras su estancia en París, momento en el que tuvo su primer contacto con el surrealismo y sus artífices.
El artista barcelonés, valiéndose de técnicas tradicionales, aporta una nueva mirada al concepto de grabado y, al rubricar y numerar sus impresiones calcográficas, glorifica el proceso por encima del resultado. Con esta acción, Miró está subvirtiendo la categoría misma del arte otorgándole al boceto el mismo valor que al producto final. Este pensamiento va en la línea de lo declarado por el artista en diversas entrevistas durante la década de los años 30, en las que manifestaba su deseo de “matar, asesinar y violar” los métodos convencionales de la pintura.
Las cinco obras restantes presentan algunas de las incursiones surrealistas de los artistas Benjamín Palencia (1894-1980), Yves Tanguy (1900-1955), Maruja Mallo (1902-1995) y Joan Ponç (1927-1984). La naturaleza muerta (1930) de Benjamín Palencia nos lleva directamente a los orígenes de la vanguardia española.
El bodegón fue realizado un año después de que el artista, junto con el escultor Alberto Sánchez, fundara la posteriormente conocida como Escuela de Vallecas, una troupe surrealista dispuesta a cambiar el paradigma del arte en España. La obra se inscribe en la primera exposición que Benjamín Palencia realizó tras su regreso de París, dos años antes de diseñar el logo de la compañía de teatro La Barraca, de Federico García Lorca, de la que llegaría a ser director.
La obra ‘La lumière de l’ombre’ (1939), de Yves Tanguy, trae al espectador los horrores de la guerra teñidos por una pátina surrealista a caballo entre la distopía de Giorgio de Chirico (1888-1978) y la paranoia de Salvador Dalí. La amistad con el poeta Jacques Prévert garantizó al artista parisino la entrada en el círculo surrealista de André Bretón, en 1924.
En este ambiente, conoció a Kay Sage (1898-1963), una artista americana formada en Roma y cuya obra no tuvo la fortuna crítica que se le brindó a la de su marido. Ambos comparten una estética muy similar heredera de los ambientes desolados de Giorgio de Chirico y que presenta formas que tienden a la abstracción, en ocasiones diminutas y en otras monumentales, que fluctúan entre la sinuosidad de las formas orgánicas y la rigidez de la arista viva. La producción artística del matrimonio de surrealistas se ve influida por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y refleja visiones de soledad, en las que la figura humana se petrifica y deshumaniza.
El bosquejo a carboncillo sobre papel de Maruja Mallo (1902-1995) nos trae a la memoria a una de las artistas españolas más polifacéticas. Su particular anécdota en la Puerta del Sol del Madrid de los años 20, junto a Salvador Dalí, Federico García Lorca y Margarita Manso, dio nombre al grupo de mujeres vanguardistas de la Generación del 27 conocidas como Las Sinsombrero.
El comienzo de su etapa surrealista se dio tras la obtención de una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios para ir a París en 1932, donde realizó su primera exposición en la Galería Pierre. Durante su estancia, la artista entabló amistad con René Magritte (1898-1967), Max Ernst (1891-1976), Joan Miró o Giorgio de Chirico, participando de manera activa en las tertulias organizadas por André Breton (1896-1966) y Paul Éluard (1895-1952).
En 1936, mientras participaba en las Misiones Pedagógicas de su tierra natal, el estallido de la Guerra Civil la obligó a exiliarse en Portugal, donde comenzaría un periplo de veinticinco años de exilio. La obra de la muestra pertenece a los bosquejos que la artista gallega realizó mientras estaba en Nueva York para la serie de máscaras con danzantes que expuso en la Galerie Silvagni de París en 1950.
De Joan Ponç (1927-1984) se exponen dos obras realizadas tras su breve estancia en París, donde conoció a Joan Miró. Considerado uno de los artistas más representativos de las primeras vanguardias de la posguerra, Joan Ponç emplea la manifestación artística de un modo catártico, vertiendo sobre el lienzo los fantasmas de su inconsciente.
La obra ‘Barrachú’ atestigua este proceso mental en cuya materialización se advierte la influencia de los artistas barceloneses Josep Vicenç Foix (1893-1987) y Joan Brossa (1919-1998), amigos de Ponç. El óleo sobre lienzo es reflejo del primitivismo esquemático de Ponç quien crea atmósferas oníricas en las que conviven figuras antropomorfas y vegetales extraídas del subconsciente del autor, cuya fortuna crítica le ha otorgado el calificativo de carnavalesco.
El nexo indisoluble e ineludible de esta exposición lo encontramos en la atmósfera parisina de mediados de siglo, donde se formaron y fraguaron grandes ideas y artistas bajo el surrealismo como movimiento artístico, literario y político. André Breton expuso el carácter subversivo del movimiento en el primer ‘Manifiesto del surrealismo’, publicado en octubre de 1924 y declarado por el Ministerio de Cultura francés tesoro nacional desde 2017.
El documento reivindica el automatismo psíquico como una forma de expresión sin barreras que favorece la total liberación de la imaginación del yugo de la estética y la moral, favoreciendo con ello el desarrollo de creaciones únicas nacidas en lo más recóndito de la psique humana.
Desde una perspectiva freudiana, el surrealismo supo explotar el enorme potencial del inconsciente como fuerza creadora, dando lugar a una generación de artistas que, desde diferentes disciplinas, subvirtieron los cánones del arte. Entre ellos se encuentra el cine de Luis Buñuel (1900-1983) o de Maya Deren (1917-1961), la expresión autobiográfica de Frida Kahlo (1907-1954), la alquimia pictórica de Remedios Varo (1908-1963) o la retórica visual de la fotografía de Dora Maar (1907-1997).
La diversidad de su producción artística es la que nos permite hablar de surrealismos en plural para, con ello, atender a la multiplicidad de métodos con los que expresaron sus deseos, anhelos y sueños. En este sentido, se echa en falta en la selección expuesta en el Museo de Bellas Artes de València un mayor número de obras de Maruja Mallo, Yves Tanguy, Joan Ponç y Benjamin Palencia.
Una posible reformulación del discurso expositivo incluiría, a su vez, a artistas como Remedios Varo, Óscar Domínguez o Nicolás de Lekuona, que le otorgaría sentido a ese plural inclusivo que anuncia el título y que, a nivel fáctico se concreta en una pequeña pared que sirve de paso entre los delirios de Dalí y la experimentación de Miró.