MAKMA ISSUE #01
Opinión | Begoña Siles (profesora del departamento de Comunicación Audiovisual de la Universidad CEU Cardenal Herrera)
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2018
“Tengo miedo. L.”. Estas son las últimas palabras filmadas y firmadas por el director Luis García Berlanga en el último plano de su última película ‘París-Tombuctú’ (1999). Y, aunque las palabras de un artista deben siempre tomarse con cierta precaución (ya que suele ocurrir que la obra terminada es ajena y, a veces, está reñida con lo que el artista sentía o deseaba expresar cuando comenzó), también deben ser escuchadas y leídas con especial atención y respeto. Sobre todo cuando esas palabras contrastan aparentemente en la forma y en el contenido con el universo creativo del artista.
Y la frase “Tengo miedo. L.” contrasta, por su excesiva concisión, con el barroquismo de la obra cinematográfica del director; o, más exactamente, con su berlanguiano universo diegético definido como coral, cómico, caótico, esperpéntico, miserable, pero entrañable y vitalista.
La citada frase posee, por otro lado, una turbadora exactitud. Y es ahí, en esa turbadora exactitud de las palabras, frente a la exuberancia verbal del cine de Berlanga, donde podemos sentir la angustiosa verdad del cineasta, de su filmografía y, también, la del propio espectador. “Tengo miedo. L.” expresa, “sin vuelo en el verso”, como dijo el poeta José Hierro en su poema ‘Réquiem’, una emocionada metáfora del dolor no solo del cineasta, sino de cualquier ser humano ante los embates de la vida. La obra de Berlanga, desde su primera película, ‘Esa pareja feliz’ (1951) –co-dirigida con Juan Antonio Bardem–, pasando por ‘Plácido’ (1961) y ‘El verdugo’ (1963) –ambas escritas con Rafael Azcona–, hasta la última, ‘Paris-Tombuctú’, muestra a unos personajes atrapados en el inevitable encuentro con las decepciones y el sufrimiento que a todo ser humano le depara la existencia.
Todas las películas de Luis García Berlanga tienen la misma estructura dramática. Una estructura que el propio director –en el discurso pronunciado al ser investido doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia, en 1997– explicó de la siguiente manera: “Se inicia con alguien que tiene un proyecto de futuro, en el que naturalmente está incluido el bienestar deseado y las dotaciones para ello. Y junto a ello, obviamente, la libertad personal como necesidad paradójicamente imperiosa. Pero en ninguna de ellas, desde ‘Esa pareja feliz’ a la última realizada, el protagonista puede alcanzar su meta. La sociedad le tiende sinuosamente las trampas suficientes para que el sueño, individual o colectivo, llegue (sic) a realizarse”.
“Arco berlanguiano” se denomina a este modo de configurar la trama de la historia. Un arco dramático, el berlanguiano, que muestra, con humor y tragedia, con piedad y comprensión, a unos protagonistas convirtiendo sus vidas o, como señala el propio director, “mis películas, en crónicas de un fracaso”.
Las películas de Berlanga dejan un regusto amargo, a pesar de estar aderezadas de un vivaz humor negro. La composición plástica de la mayoría de los últimos planos de sus relatos son una amarga metáfora de la soledad de sus personajes; sus historias los arrastran –sobre todo a los masculinos–, a una patética e insatisfactoria existencia, debido a la espesa red de normas culturales en la que irremediablemente quedan atrapados hasta la asfixia. Los personajes de Luis García Berlanga sienten esas normas como producciones que coartan la libertad del individuo, hasta desear, intensamente, huir de la realidad que habitan. Huir hacia la muerte, como sucede en ‘Tamaño natural’ (1974), o a lugares imaginarios como en ‘Calabuch’ (1956) o ‘París-Tombuctú’.
Son historias de ficción, pero, como señaló Berlanga, “la realidad es mucho más grave. (…) por eso mi pesimismo y recelo ante la sociedad que me cobija”.
Que la vida, tal y como ha sido impuesta, “es demasiado pesada, depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”, ya lo expresó, sin la belleza poética del cine de Berlanga, Sigmund Freud en su obra ‘El malestar en la cultura’. Y, también, que la cultura no permite alcanzar la felicidad, el principal fin y propósito de la vida para los seres humanos. A pesar de que, como Freud argumentó, las producciones e instituciones que suman la cultura están pensadas para distanciar “nuestra vida de la de nuestros antecesores animales” y creadas con dos fines: “Proteger al Hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí.” Ahora bien, Sigmund Freud también remarcó los diferentes lenitivos para hacer más soportable la existencia. Y entre los remedios para mitigar la penalidades de la vida, nombró el Arte.
La imaginación artística, tanto desde la posición activa del creador, como desde la pasiva del espectador, del lector…, ofrece cierto placer y consuelo ante las congojas de la vida. No podemos negar que Luis García Berlanga sublimó la existencia a través del arte cinematográfico. Su universo imaginativo, berlanguiano, exorciza las miserias de la vida a través de la comedia, del humor negro y del absurdo.
Y, posiblemente, la desgarradora, perturbadora y lacónica confesión “Tengo miedo. L.” expresa sin pudor el horror vacui de un artista que encontró refugio, ante los azares de la existencia, en la “opción mágica del cine”, como él siempre decía.
Begoña Siles
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