Black Square Folded, de Toño Barreiro
Galería Shiras
C / Vilaragut, 3. Valencia
Hasta el 23 de marzo de 2019
El director de cine Carl Theodor Dreyer, de quien la Filmoteca proyectará en un par de semanas su excepcional La pasión de Juana de Arco, lo tenía claro: “No es el sentido estético el que debe doblegarse a la realidad, sino la realidad la que debe obedecer a su sentido estético. El arte no es imitación, sino elección subjetiva”. Lo mismo entendía el artista ruso Kazimir Malévich, aludido por Toño Barreiro en su exposición Black Square Folded (Cuadrado negro doblado) que acoge hasta el 23 de marzo la galería Shiras.
“He estado trabajando durante mucho tiempo ese cuadrado negro sobre cartulina y siempre me recordaba a Malévich”, reconoce el artista rodeado de sus obras, algunas recién terminadas: “Ésa [la más grande de la serie Flexia] la acabé antes de ayer”. Una decena de piezas en las que Barreiro dice ver “la piel de la pintura”. Una piel en principio plana que luego, tras múltiples pruebas (“esto es la punta del iceberg, porque detrás hay muchos fallos e intentos”), adquiere un volumen sorprendente. Y ahora quien entra en escena es el escritor y ensayista Roland Barthes: “Hay mucho de él y su punctum, algo que te hace vibrar”.
Porque Toño Barreiro, al igual que Dreyer y Malévich, también tiene claro que su obra ha producir “un impacto”, producto de la “sofisticación” de la imagen contenida en su estética, más allá de su referencia a una realidad comprensible. “Yo lo veo como un flechazo”. De nuevo el punctum al que alude Barthes: “No soy yo quien va a buscarlo, es él quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme”. Por eso dice que sus obras, bajo esa abstracción geométrica, “no son frías, hay una parte emocional en este tipo de trabajos, aunque sean geometrías”.
Barreiro alude al “grado cero de la pintura”, que trae ecos igualmente del grado cero de la escritura barthesiano, para señalar que sus piezas no son “cuadros o ventanas” por los que mirar a su través en busca de algo exterior, sino que es la propia obra de arte como pura representación la que te ha de impactar. “Se trata de ver los límites e ir un poco más allá”, explica el artista, que ha utilizado el aluminio para trabajar esas formas sólidas que, a su vez, parecen gozar de una flexibilidad impropia de tan rígido material: “Son aluminios tratados e indeformables, materiales de alta tecnología, como el dibond, con el que se hacen edificios”.
Barreiro señala que busca productos “de la máxima duración”, con el fin de que puedan acompañar el mayor tiempo posible a quien goza con ese objeto artístico. El Cuadrado negro (1915) de Malévich, de hecho, ha sobrepasado ya su centenario, para revelar no obstante algunas grietas. Los comisarios de la Galería Tretyakov de Moscú, gracias a los avances tecnológicos, han descubierto recientemente que debajo de su pintura había un cubo futurista y una frase que aludía probablemente al título original de la pieza: “Lucha entre negros en la oscuridad”. El suprematismo de Malévich, que buscaba en la primacía del objeto el sentido del arte, decantó la pieza hacia ese título más propio de su esencia pictórica: un cuadrado negro como representación de ese universo vacío.
“El caos son las leyes no comprendidas”, apunta Barreiro, en este caso en alusión al artista Frank Stella, con el que tienen afinidad sus obras, y que dijo sentirse atraído por ese caos, descubriendo que debajo de él había cierta estructura organizada. “Lo racional y lo emocional”, agrega quien liga ambos registros en Black Square Folded. La racionalidad geométrica y el sentimiento que subyace bajo esas formas volumétricas: “Me tiene que provocar pasión”, remarca. Pasión que ha ido volcando en cada una de las piezas desarrollando “todas las posibilidades de manipulación del objeto”.
A Toño Barreiro, a medida que va explicando ese combate con el aluminio que ha utilizado como materia expresiva, se le van iluminando los ojos, proyectando su luz en la serie de planos flexionados con diferentes colores: negros, sin duda, pero también rojos, blancos o dorados. “Estos últimos trabajos son más minimalistas en busca de una pureza que necesito y que te exige mucho en el proceso”, explica quien ahora utiliza una metáfora relacionada con el invento de la luz atribuido a Edison: “Hizo mil intentos hasta dar con el tungsteno y que brillara”.
También habla del proceso artesanal, “con sus perfiles y aristas”, y de la escala, la forma y la composición. Todo lo que tiene que ver con esa manera de privilegiar el espíritu de las cosas más allá de su realidad, lo que está dentro y detrás de todas esas piezas que Toño Barreiro exhibe a modo de flechazos visuales. Le acompaña en esta aventura Miguel Bañuls, de quien la galería Shiras exhibe en su Espacio Refugio La distancia más corta, serie de esculturas cromadas que indagan en los misterios del universo. Una coreografía plástica que rima con las obras de Barreiro en esa búsqueda de un impacto silencioso.
Salva Torres
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