La defensa del dragón, de Natalia Santa
Sección Oficial de Largometrajes
Festival Internacional de Cine de Valencia – Cinema Jove
Del 23 de junio al 1 de julio de 2017
Tan inequívocamente seguros, ya sea jugando al ajedrez, al frente de una pulcra relojería o suministrando productos homeopáticos, como torpemente inseguros en lo afectivo. Así son los tres protagonistas de La defensa del dragón, la película de la colombiana Natalia Santa, que Cinema Jove presenta en su sección oficial de largometrajes. Para seguirlos en ese proceder metódico, la directora hace lo propio manejando la cámara como si tuviera miedo de incomodar la rutina de sus personajes. Es así, suavemente, como logra penetrar en sus vidas, revelando la melancolía que apenas logran tapar a base de un comportamiento lógico.
Si en Sexy Durga, la provocadora película de Sanal Kumar Sasidharan, también a competición en Cinema Jove, la inquietud procede de una violencia oscura explícitamente puesta en escena, en La defensa del dragón, la inquietud es producto de una violencia interior domesticada que, no obstante, aflora en cierto momento del filme, justo cuando la sexualidad de Samuel (Gonzalo de Sagarmínaga) y Marcos (Manuel Navarro) es puesta en entredicho. Entonces, ambos se enzarzan, en la única secuencia manifiestamente violenta.
Santa, haciendo honor a su apellido, se entrega a sus personajes, sin juzgarlos, para extraer de ellos el patetismo que sus respectivas vidas profesionales disimulan. Es en el interior de sus hogares, más bien casas a las que les falta precisamente el aroma del afecto comprometido, donde estos tres hombres revelan su fracaso: Samuel, maestro del ajedrez, perdiendo cada partida emocional que le ofrece la vida (le llegara a decir al marido de su ex esposa que jugar al ajedrez es lo único que sabe hacer); Joaquín, intentando sacar adelante su relojería, teniendo que planchar la cama por las noches para combatir el frío lecho, y Marcos, el médico homeópata, tapando el insomnio con póker y drogas.
La masculinidad de estos tres hombres, sin duda alicaída, queda compensada por su amistad, a la que se aferran y de la que extraen la energía que les impide caer definitivamente en el pozo de la melancolía. Un club de ajedrez, un casino y una cafetería son los escenarios por donde transcurren sus vidas, que Santa sigue en todo momento con pulso templado, acorde con la vitalidad apagada de sus tres protagonistas.
La defensa del dragón transcurre con cadencia, paso a paso, lentamente, creando las condiciones necesarias para que el menor atisbo de luz pueda colarse por alguna rendija de tan metódicas vidas. Natalia Santa, he ahí su mayor virtud, parece saber aguardar con paciencia ese momento. De hecho, son muchos los instantes que lo anticipan y que la cámara registra colocándose allí donde ciertas chispas saltan: un cuadro colgado de la pared, una paloma en la ventana, una puerta a punto de abrirse… Detalles que convierten a la Bogotá de la película y a estos tres hombres en radiografía de un tiempo marchito al que corresponde esa masculinidad vencida, y a la que Santa parece ofrecer una salida, por tenue que ésta sea.
Salva Torres
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