‘Un lugar para la ‘Esperanza’ | Ismael Teira
‘Calabuch’ (1956, producción y estreno en España)
MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2021
La película de Berlanga nos enseña, de manera más latente que patente, la realidad de un pueblo mediterráneo en la España franquista de mediados de los años 50. Es el retrato –caricatura, mejor dicho– de un pueblo cualquiera de la costa valenciana que presenta ciertos detalles llamativos, aparentemente incomprensibles y propios de un sainete, como muestra evidente de que lo que vemos es, efectivamente, una ficción, una película, una creación cinematográfica.
Algo, digamos, alejado de la propia realidad. El hecho de que un reo –el Langosta, interpretado por Franco Fabrizi– entre y salga a su antojo de prisión para colaborar o ayudar en diferentes quehaceres locales se erige, ya al comienzo del metraje, como uno de esos síntomas que explicitan que estamos ante una fantasía.
La ternura del relato y su mezcla con el humor convierten a ‘Calabuch‘ en una cinta entrañable, demasiado entrañable para algunos, incluso. La utopía está presente en toda la película, al pie de la letra de su definición como representación imaginativa de una sociedad con características favorecedoras del bien humano.
Concretamente, Calabuch es Peñíscola, un pueblo de la provincia de Castellón cuyo nombre proviene de paene + insula (casi + isla). Es curioso que ‘Utopia’ también haya sido la isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516.
Puede que la realidad tal vez no haya sido exactamente lo contrario a la ternura idealizada que se ve en pantalla, pero está claro que lo que se ve en pantalla no es tal cual la realidad de la época. La película de Berlanga invita a pensar que la vida en un pueblo de la España franquista de los años 50 debía ser bastante diferente al ritmo de la vida en Calabuch.
El carácter abierto de la penitenciaría del pueblo contrasta con la descripción de Calabuch que el narrador realiza al comienzo del filme: “Desde lejos parece una fortaleza, en otro tiempo lo fue”. Desconectado del mundo –de ese mundo del que quiere retirarse, precisamente, el sabio atómico Jorge Serra Hamilton–, este cerramiento del pueblo con su muralla aísla la trama en todos los sentidos, también en el de la propia consideración del lugar como una especie de paraíso que enfrenta o separa dos polos.
De este modo, son varias las dualidades que se perciben, de alguna manera, en la película: lo de dentro y lo de fuera; lo local y lo global; lo artesanal y lo científico; la ciudad y la aldea; lo bueno y lo malo; lo seguro y lo hostil.
Calabuch podría ser lo equivalente a Seahaven, el pueblo donde vive el protagonista de ‘El show de Truman’ (Peter Weir, 1998): un lugar perfecto donde todos sus habitantes son buenos y amables (en realidad, en el caso de la película de Weir, directamente actores que hacen de actores). Y es curioso comprobar cómo tanto la localización de Calabuch como de Seahaven existen realmente. La primera ya se ha desvelado, y la segunda es Seaside, una especie de ciudad privada y exclusiva al sur de Florida también al lado del mar.
El elenco y la figuración, en ocasiones integrada por los propios locales, constituye un discurso actoral, coral, que evidencia y da a entender un cierto regusto de fábula, constructiva y esperanzadora. La censura franquista siempre prestó una especial atención al cine de Berlanga. ‘¡Viva Berlanga! Una historia de cine‘ –la exposición que actualmente se puede visitar en el MuVIM de València con motivo del centenario del nacimiento del cineasta– hace hincapié en ello.
Curiosamente, hay que destacar que la película recibió varios reconocimientos singulares, como el gran premio de la Oficina Católica Internacional de Cine (O.C.I.C.) en el Festival de Cine de Venecia, o el segundo premio a la mejor película, mejor guion (de Leonardo Martín y Ennio Flaiano) y mejor actor de reparto –Juan Calvo (Matías, el agente de la Guardia Civil)– del Sindicato Nacional del Espectáculo.
Los 928 habitantes de Calabuch, que el narrador contabiliza con suma certeza en 1956, contrastan con los censados ese mismo año en Peñiscola: en torno a 2.500. Actualmente, el censo se sitúa cerca de los 8.000, y puede llegar a alojar en los meses de verano a 120.000 turistas.
Este cambio rotundo ejemplificado en las cifras demográficas se evidencia, asimismo, en la propia trama urbana de la ciudad, sobre todo extramuros. El cercamiento y su carácter peninsular, casi isleño, sirvió de contención para un urbanismo demoledor y desarrollista –al menos, intramuros–, circunstancia que permite, en la actualidad, recorrer sin apenas cambios sus callejuelas empedradas.
En este sentido, ‘Calabuch’ posee, a la par, un gran valor etnográfico y documental, ya que fue filmada in situ sin la construcción de ningún tipo de decorado exterior de cartón piedra. La playa sur, la zona del puerto con el portal de San Pere del s.XV, el faro datado en 1892, la plaza de Armas o la iglesia de Nuestra Señora de la Ermitana, del siglo XVII, sirven de fondo y contexto para el transcurso de las diferentes escenas e, igualmente, de reclamo para futuras filmaciones, entre ellas la de ‘París Tombuctú’, del mismo director, o, más recientemente, un capítulo de la serie ‘Juego de Tronos’ (David Benioff y D.B. Weiss, 2011).
Por su localización, que se intuye nada casual, Calabuch habla también de lo pintoresco. El propio título de la película evoca el pueblo, pues son el pueblo, su morfología y sus habitantes los que dan sentido a la trama coral y acertada. Digamos que el pueblo –en cualquiera de las acepciones del término incluidas en el diccionario– es protagonista de la cinta.
Así, lo pintoresco como categoría estética, vinculada al otrora sentimiento romántico, sobrevuela el filme y da valor al argumento. El propio García Berlanga declaró en 1958 su relación con el pintor que aparece en la película, como una suerte de alter ego. El paisaje frente a ese pintor es Calabuch, un lugar donde cada cual tiene la ‘La otra libertad’ – que iba a ser el título de la película – de poder elegir huir en helicóptero como el profesor Hamilton, o de fondear y quedarse, como todos los demás, a bordo de una barca llamada ‘Esperanza’.
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga (junio de 2021).
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