#MAKMALibros
‘El útero es del tamaño del puño’, de Elsa Moreno
Poema incluido en la antología ‘Última poesía crítica. Jóvenes poetas en tiempos de colapso’
Selección y edición: Alberto García Teresa y David Trashumante
Lastura, 2023
Por poneros en contexto, hace cosa de año y medio publiqué un video recitando un poema en TikTok. Acababa de abrirme el perfil, apenas tenía seguidores ni visibilidad, pero me apetecía tener un nuevo canal por donde compartir mis creaciones. A diferencia de Instagram, el algoritmo de TikTok le muestra tus vídeos a gente que no te sigue, es una buena vía para llegar a nuevos públicos.
Dicho poema lo escribí a raíz de unos dolores menstruales horrorosos. Sin ser demasiado explícito, digo cosas como “El útero es del tamaño del puño / El puño cabe en la boca / Una boca no cabe en una boca […]”, y continúa “La fe desborda mis labios mayores / El niño no cabe en mi cuerpo”.
Para mi sorpresa, el vídeo se viralizó, en el mal sentido. Le llegó al segmento de público equivocado. Empezaron a llegar hordas de niños diciendo que yo no entendía de biología, que el cuerpo de la mujer está hecho para gestar, que esto es lo que sucede cuando dejas que las mujeres escriban. También me llamaban feminazi y hacían chistes sobre la separación de mis dientes. La cosa no fue a más.
Por mi parte, sentí un poco de desconcierto al ver que existe gente con tan poquita comprensión lectora y con tanta sed de ensañarse con desconocidos por redes. Hice alguna declaración en mi perfil de Instagram denunciando la situación y ya está.
Un año después, David Trashumante me propuso participar en la antología que coordina junto a Alberto García-Teresa, ‘Última poesía crítica. Jóvenes poetas en tiempos de colapso’ (Lastura). Recordé la existencia de este poema, que yo prácticamente había olvidado, y me pareció un texto bastante idóneo para la colección.
A mediados de noviembre, aprovechando el contexto de promoción de la antología, decidí resubir el poema a TikTok, esta vez contando ya con un número de seguidores considerablemente mayor y con una técnica más depurada a la hora de recitar. Cabe señalar que, en la primera experiencia, llevaba el pelo de color azul y tenía un aspecto más queer, y ahora llevo una melena oscura, algo más normativo. El vídeo volvió a viralizarse; de hecho, ha llegado a triplicar el número de visitas, alcanzando el millón y medio. Los comentarios siguen siendo de mofa, pero es más por la incomprensión del texto que algo dirigido a mi imagen o mi persona.
A los días, decidí compartir el mismo vídeo en Instagram, la que para mí es una red social más íntima, donde mi contenido suele llegar a personas de mis mismos círculos y, de alguna manera, la siento más amable. El poema, de nuevo, se viraliza, de una manera brutal, como nunca se había movido ninguna publicación mía en Instagram. Y se convierte en meme.
Pero, en esta ocasión, los comentarios pasan de ser chascarrillos cutres a ser mensajes verdaderamente desagradables, al estilo de: “Me recuerdas a Lorca, ojalá acabes igual”; “Cállate que el olor a hocico llega hasta acá! Las infollables que hablan del útero, su útero será virgen para siempre, tranquiles”; “Mi polla tampoco cabe en tu culo pero te la metes de todos modos”; e infinidad de ocurrencias acerca de mis dientes.
Ya estoy curtida con estas cosas y estos mensajes no me afectan a nivel personal. No me van a minar la autoestima, ni tomo nota de los que dicen que es un poema pésimo. Pero esta experiencia sí que me ha llevado a plantearme ciertas cuestiones sobre nuestro comportamiento en las redes sociales, además de recordarme que el mundo no es tan amable como mi pequeña burbuja.
Una vez escuché una metáfora bastante ejemplificante sobre nuestro comportamiento en las redes sociales: un perro detrás de una verja enloquece ladrándole a cada cosa que pase por delante, en cambio, sin la verja, sin la separación, este mismo perro no se lanzaría a atacarnos.
Es la imposibilidad de tener un contacto directo lo que anima al animal a volverse violento, porque se siente impune. Sin el contacto no hay consecuencias. De igual modo, sin la separación que establecen las redes sociales, dudo mucho que todas esas personas llegaran a decirme nada. A mis espaldas, por supuesto, ladrarían y se reirían a carcajadas. Pero no se sentirían legitimados para atacarme cara a cara.
@aslemor99 Os acordáis de este poema??? Pues está incluido en la antología "Última poesía crítica. Jóvenes poetas en tiempos de colapso" publicada por Lastura Ediciones 📖 #booktok #poesia #spokenword #slampoetry #poesiacritica ♬ sonido original – Elsa Moreno
Respecto al rostro, Emmanuel Lévinas desarrolla toda una ética de la alteridad a partir de este símbolo. En el encuentro con el rostro del otro lo identificamos como tal, como algo externo a nosotros, pero único en sí mismo, alguien propio. Hay algo en la presencia física de los cuerpos que despierta un grado de empatía visceral. Sucede como con las artes escénicas. Nuestra sensibilidad se conecta automáticamente con la de ese cuerpo presente y vivo en frente de nosotros.
A través de las redes sociales, sucede que desaparece el rostro. Vemos muchas caras, constantemente, pero no vemos a la persona. La otra persona se convierte en una mera representación y queda deshumanizada. Cuando me atacan en el vídeo, sé perfectamente que esos mensajes no van dirigidos hacia mí, sino hacia lo que yo represento para ellos. En este caso, su opuesto identitario, el enemigo necesario para la existencia del ego.
Por otro lado, os comentaba aquello de que el mundo es menos amable que mi pequeña burbuja. Esto también lo relaciono con las redes sociales. Si nuestro sistema político ya era tradicionalmente un sistema polarizado, las redes sociales enfatizan aún más este carácter. El algoritmo nos muestra y nos expone a perfiles afines. Así, se van alimentando unas burbujas identitarias donde todos debatimos de los mismos temas desde puntos similares.
Cuando, de repente, el algoritmo te la juega y difunde tu contenido por el nicho equivocado, sucede un choque. Las personas me leen como el otro, como el enemigo, y como el mundo digital no tiene las consecuencias del contacto directo, dan rienda suelta a esa violencia soñada. Y yo, por mi parte, me sorprendo porque no entiendo que haya gente que se muestre abiertamente misógina, así, sin tapujos, más bien con orgullo. Los dos mundos se encuentran y se extrañan.
No digo nada nuevo, lo sé, pero es necesario señalar estas dinámicas. Siendo que las redes sociales se han convertido en un anexo de nuestro día a día, debemos ocuparnos de que sean zonas seguras. Nos falta mucha educación tecnológica. Y nos falta ciudadanía en general. No creo que la falta de empatía sea una cuestión exclusivamente del mundo digital. Si aparece esta violencia es porque ya estaba sembrada.
Pienso que este sistema nos empuja a relacionarnos desde la fragilidad del yo y el odio no es más que un mecanismo de defensa del ego. El cambio es mucho más radical que educar en relaciones digitales; el cambio pasa por concebirnos desde la colectividad y la humanidad.
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