‘Últimos días en La Habana’, de Fernando Pérez
Estreno en España: 7 de abril de 2017
Cines Babel
Vicente Sancho Tello 10, Valencia
Tras su laureada presencia en la XXXVIII edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y la reciente Biznaga de Oro a la mejor película iberoamericana en el XX Festival de Málaga, ‘Últimos días en La Habana’, bajo la dirección del realizador cubano Fernando Pérez, incoa su periplo por las salas españolas con la pretensión de diseminar la caleidoscópica radiografía de un particular microcosmos habanero, en el que confluyen algunos de los consabidos grandes temas de la idiosincrasia cubana.
Polarizada a través del pulso consuetudinario de sus dos personajes protagónicos -Miguel (Patricio Wood) y Diego (Jorge Martínez)-, la senda que rubrican el joven guionista Abel Rodríguez y el propio Fernando Pérez escenifica los vericuetos y singularidades de la amistad de dos individuos perfilados por sus lacerantes desdichas, cuyas respectivas naturalezas antagónicas, en lugar de alimentar el abismo que distancia sus inquietudes, solidifican un afecto mutuo edificado por un ignoto pasado común transmutado en lealtad.
Habita en ‘Últimos días en La Habana’ una omnipresente relación con el epílogo, que transita desde la razón cronológica del título hasta la turbada espera que reporte forma a los desenlaces respectivos de sus protagonistas. Si Patricio Wood encarna a un ser infausto, gobernado por la contención y el laconismo, Jorge Martínez procura dotar a su encamado estoicismo un hálito último de mundano deseo, amparado por el maquillaje de la extroversión y la emotividad del recuerdo; y es la memoria la que solidifica el vínculo, por necesidad, entre Miguel y Patricio, entre el contumaz anhelo de la huida y la resignada expectativa de la muerte.
De este modo, “’Últimos días en La Habana’ trata de ser un filme sobre la amistad, sobre el derecho de cada individuo a expresarse a su manera: un filme sobre la diversidad”, tal y como ha sentenciado Fernando Pérez durante el cálido y honesto encuentro mantenido con el público durante el estreno de la cinta en los Cines Babel de Valencia.
Con una cierta e ineludible previsibilidad, a través de esta heterogénea relación umbilical entre Miguel y Diego, Fernando Pérez merodea algunos de los acostumbrados y recurrentes asuntos que han sido abordados -con notorios resultados en numerosos casos- por la filmografía cubana de las últimas décadas, como son la diáspora y el exilio, la homosexualidad y la prostitución masculina y, en menor medida, la enfermedad del SIDA.
Películas como ‘El súper’ -de León Ichaso, Orlando Jiménez Leal y Manuel Arce-, ‘Una noche’ -de Lucy Mulloy-, ‘Habana Blues’ -de Benito Zambrano-, ‘La ciudad perdida’ -de Andy García- o ‘Regreso a Ítaca’ -de Laurent Cantet-, han diseminado, con acento local e internacional, el apesadumbrado y espectral poso del éxodo cubano, mediante ejemplo de aspiración, huida y revistación nostálgica.
‘Conducta Impropia’ -de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal-, ‘La Partida’ -Antonio Hens-, ‘Viva’ -de Paddy Breathnach- o ‘Fátima o el parque de la fraternidad’ -de Jorge Perugorría-, han retratado, documental o ficcionalmente, el uliginoso y habanero territorio nocturno de la homosexualidad, con el diástole de la marginalidad, el oprobio político y el lupanar masculino como metodología superviviente.
Por su parte, ‘El acompañante’ -de Pavel Giroud- y ‘Boleto al paraíso’ -de Gerardo Chijona- han sido los filmes que con más lúcida precisión y especificidad han volcado su evolución argumental sobre la enfermedad del SIDA, mediante el acerbo retrato del Sanatorio de los Cocos, ignominioso ejemplo de la política de reclusión y control implementada por el totalitarismo castrista.
E instituidas con referencia propia, por razones de compendio temático y fulgor internacional, ‘Fresa y Chocolate’ -de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío- y ‘Antes que anochezca’ -de Julian Schnabel-, enarboladas a partir de las figuras de Roger Salas (consecuencia e inspiración literaria) y Reinaldo Arenas (gestada a partir de su imprescindible y homónimo legado autobiográfico).
De este modo, ‘Últimos días en La Habana’ no se resiste a elevar su testimonio sin la inclusión de estos elementos que aún palpitan en la memoria colectiva y en la educación cinematográfica de la isla, aderezado con el heteróclito folclorismo de los solares y cuarterías -populares corralas de vecinos de una Habana en ruinas- y procurando al espectador la sensación de encontrarse ante un reconocible canto radiográfico del temperamento capitalino cubano, cuyos personajes secundarios y elementos terciarios no hacen sino reforzar la impresión de pleonasmo, oxigenado, eso sí, por la amarga e introspecitva circunspección de la benevolencia que se encarama, nocturna y silente, sobre los piadosos hombros de Miguel, convertido, a la postre, en una excepcionalidad por la que ‘Últimos días en La Habana’ se justifica y cobra sentido último, consolidando a Fernado Pérez como unos de los imprescindibles cronistas de la capital cubana que -como lo procura su compatriota, el escritor Leonardo Padura- construyen un relato de conceptos universales a partir del ceñido cinto de la inmediatez habanera.
Jose Ramón Alarcón
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