#MAKMAEscena
Via Escènica | Russafa Escènica
Piezas breves: ‘Este cuerpo roto’, de Compañía Abab, ‘Plat de pasta’, de Compañía Esdevé, y ‘El fracaso no es una opción’, de Col·lectiu Vesc
Llar dels Jubilats
Ausiàs March 43, Almussafes (València)
19 de enero de 2024
Bajo unas nubes espesas que tamizan la luz del sol, la chapa blanca de la furgoneta de alquiler y la radio que emite un farfullo indistinto. La ciudad perezosa principia sus ruidos y sus gases de efecto invernadero y algunos humanos, taciturnos, sin ganas de mucha broma, se dirigen hipnotizados a ganarse el jornal. Nosotros formamos parte de esa masa gris y sufriente.
Llegamos a la planta baja donde se guarda la escenografía, abrimos su boca mellada de persiana metálica mal grafiteada y el olor a humedad y cerrado sacude nuestra fina piel de artistas nómadas. Pestañeamos y estiramos un poco los brazos en un amago de falso calentamiento.
Esta vez no hay grandes decorados, solo algunas piezas de mobiliario, una mecedora que fue de mi abuela, una mesita con carcoma, el vestuario para un solo intérprete y una maleta antigua con objetos. Esto es Russafa Escènica o, más bien, Via Escènica, su rama expansiva, que lleva el teatro y la danza a los municipios de la provincia de València en un proyecto que busca descentralizar y crear lazos más allá de la capital. Hoy nos toca bolo en Almussafes.
En 2023-24, son nueve los municipios participantes: Alboraia, Aldaia, Alzira, Rafelbunyol, Catarroja, Benifaió, Almussafes, Foios y Sollana. La elección de a dónde va cada pieza corta (vivero) se realizó en septiembre, durante el festival Russafa Escènica. Los equipos de mediación de cada municipio votan las piezas que traerán a sus localidades. Este año ha quedado muy repartido, especialmente entre los espectáculos de teatro (la danza siempre resulta más difícil de programar).
Llegamos mi compañero Iván Arbildua y yo a la Llar dels Jubilats, un moderno edificio de cristal y hormigón por el que pululan sus usuarios, siempre ocupados con distintas actividades. En uno de sus extremos, el bar es un hervidero de bocadillos y cafés. Nos sentamos en una mesa para coger algo de fuerzas antes de comenzar el montaje. Para actuar en lugares no convencionales hay que conformarse con poco, con saber cómo convertir y hacer tuyo, en unas tres horas, un espacio que nunca has visto y lograrlo de tal manera que el público pueda viajar contigo, en este caso, a la Luna.
Porque nuestra pieza va de un viaje a la Luna, de un viaje a la memoria, en realidad, de esas personas que se marchan (pensamos que van al cielo, por eso de la convención) y nunca más regresan. ‘El fracaso no es una opción’, que es como se llama la obra breve, compartirá edificio con ‘Este cuerpo roto’, de Miguel Ángel Sweeney, y ‘Plat de pasta’, de la compañía Esdevé.
A alguna de la gente que nos espera en Almussafes ya la conocemos. Estuvimos con ellos en el mes de julio gracias a la residencia de un mes que proporciona el proyecto. Jose María Bullón (técnico de Cultura del Ayuntamiento), con sus camisas alegres, nos da la bienvenida. Él es un entusiasta y siempre tiene palabras de ánimo mientras se ajusta las gruesas gafas de pasta.
Nosotros le conocimos durante aquellos tórridos treinta días en que dispusimos de la Casa de Cultura con todo tipo de facilidades y, también, con la oportunidad de tener tres encuentros con un grupo de mediación. Este grupo está compuesto por personas interesadas en las artes escénicas que o bien son público asiduo o tienen algún trabajo relacionado con el teatro, con el arte o con la gestión cultural, o que, simplemente, les apasiona el teatro.
Esas mediaciones son puntos críticos en los que el proceso creativo se acelera necesariamente, en los que hay que tomar decisiones o en los que se aprovecha para generar un material en el que la visión se deslocaliza de los creadores principales y recae en el público.
Durante el día en Almussafes, hay ocasión para conversar con las personas que por allí transitan, trabajadores del centro y miembros de la Concejalía de Cultura. Cambiamos algunas impresiones con las otras compañías, con los técnicos que nos ayudan a montar sonido y luces, como Pep o Juan Pablo, y con la gente de la organización, como Marta García y Santiago Ribelles.
El tiempo pasa rápidamente y, cuando nos queremos dar cuenta, ya son las 20 horas. Está todo preparado para ese suceso único, extraño y casi siempre bello que es el fenómeno teatral. Unas cuarenta personas se agolpan en la puerta, llenas de curiosidad, con un poco de nerviosismo y, tras una bienvenida por parte de la organización, realizan el periplo que les llevará a transportarse por los distintos universos que los creadores les hemos preparado.
La jornada acaba como es previsible, entre los aplausos del público, las felicitaciones cariñosas, algunos comentarios sobre la experiencia vivida y con la recogida de la escenografía y el material técnico. Bajo una lluvia tranquila y necesaria, empaquetamos nuestros bártulos, nos despedimos afectuosamente y nos alejamos de Almussafes. Mientras la ciudad abre sus fauces para tragarnos, los rostros de esas personas empiezan a desdibujarse, y el teatro, efímero por naturaleza, se va esfumando para existir ya solo en la memoria.
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