Vicente Ortí y María Álvarez
Galería Alba Cabrera
Joaquín Costa 4, València
Hasta el 31 de octubre
Miércoles 28 de octubre de 2020
La galería Alba Cabrera nos invita a adentrarnos en un rincón donde confluyen ambientes únicos y envolventes. Nos referimos a las exposiciones que ofrece de dos potentes artistas, como son Vicente Ortí y María Álvarez, quienes nos descubren dos realidades en un mismo espacio.
Al entrar conoceremos al primero de ellos. El escultor, perteneciente al ámbito nacional, durante estos últimos años se ha visto alejado de la vida plenamente profesional, ya que, debido a circunstancias personales, se ha dedicado a seguir creando por su cuenta, sin perder así la parte más creativa.
Graciela Devincenzi, directora de la galería, afirma que Ortí “es un artista con un gran potencial que debe ser elevado y mostrado más allá del territorio español”. Esta vez nos sorprende con una serie de piezas, centrándose en aspectos como la sexualidad, tanto femenina como masculina, y en los cuerpos de los mismos.
Para ello, emplea materiales diversos y rudos como son el metal, el mármol, la madera, o, incluso, reaprovechando herramientas del mundo rural, como palas o arados; los combina creando formas sinuosas que contrastan con la dureza visual ocasionada por los materiales.
Esas líneas ondulantes, muchas veces en sintonía con las propias vetas de la madera, pretenden evocar sensualidad y erotismo, acompañadas, en algunas ocasiones, de formas fálicas. También incluye piezas movibles o representaciones que recuerdan, incluso, a las máscaras africanas que todos tenemos en mente, formando parte del bosque de tótems. Por otra parte, cabe destacar la gran labor artesanal que caracteriza a este artista, pues crea, sin partir si quiera de bocetos, esculturas trabajadas a mano, es decir, talla y pule cada una de las piezas logrando un resultado exquisito.
Si pasamos a la sala superior, nos sumergimos en el mundo de María Álvarez, un mundo que nos atrapa con sus atmósferas creadas con colores terrosos y poco saturados –que distan mucho de obras suyas anteriores–, que invitan a la reflexión y al cuestionamiento de las entidades mediante escenarios desérticos con escasos elementos arquitectónicos (destacando las escaleras al vacío) y de naturaleza, expuestos en planos que parecen llevar a lugares inhóspitos, a la nada.
Todo ello en un universo de soledad en el que la figura humana se reduce a un ente en reposo y pensante que parece estar entre montañas y, a su vez, en un cielo flotante. En definitiva, son pinturas que nos transportan a otra realidad –quizá no tan distante de la nuestra–, la cual nos llega a recordar a las obras metafísicas de Giorgio de Chirico, con las que tiene varios puntos en común.
Álvarez nos demuestra su gran potencial, desarrollado desde temprana edad y que pudo darlo a conocer en sus primeras exposiciones en 1999, y cuyo talento podemos disfrutar ahora en Alba Cabrera.
Si pasamos por ambas exposiciones, algo que percibiremos es que, a pesar de ser tan distintas, tanto en forma como en sensaciones, no se interrumpen entre ellas; podemos pasar de la fuerza de las formas de Vicente Ortí a la carga reflexiva de los mundos de María Álvarez.
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