‘Light and Passage’, de Vicky Uslé
Espai Tactel
Cavallers 35, València
Hasta el 12 de marzo de 2021
Vicky Uslé (Santander, 1981) trae a Espai Tactel ‘Light and Passage‘, un conjunto de obras que, en palabras de Eduardo García Nieto, se construyen “en torno a un nosotros en ese jardín ambiguo, en el que la propia geometría, evocadora del límite, se diluye o contamina». Entrevistamos a la artista a propósito de esta muestra que, casualmente, coincide en el tiempo con ‘Ojo y paisaje’, de Juan Uslé, en Bombas Gens.
El concepto del jardín recorre, de alguna manera, las pinturas de ‘Light and Passage’. Artificial, domesticado, limitado y, en cierto modo, seguro y cerrado, el jardín se alza como un lugar agradable, un locus amoenus teñido –según la tradición judeo-cristiana– de referencias edénicas.
Su naturaleza se resguarda respecto a lo de afuera –como en el hortus conclusus medieval– y sirve de refugio frente al locus horridus, es decir, frente a los lugares peligrosos y hostiles para la especie humana, como lo es hoy la metrópolis pandémica y como lo fueron, en otro tiempo, las oscuras selvas plagadas de alimañas.
Vicky Uslé propone, sin embargo, un tránsito amable y apasionado a lo largo de cada uno de los “detalles sorprendentes” que integran nuestro biotopo.
El propio título de la exposición, ‘Light and Passage’, puede evocar dos cuestiones importantes en la propia morfología del jardín. Por un lado, el hecho de ser un lugar luminoso, puesto que la oscuridad se relacionaría con el locus horridus. Por el otro, posibilitar el paseo, un caminar seguro. ¿Posee el título otras relaciones o motivaciones?
Sí, la luz es el principio, y lo es casi todo. Nos ayuda a ver y confiar en que las formas, ritmos y colores están ahí delante, favoreciendo las ideas que nos regalan. Permanecen de algún modo en nosotros, nos alimentan y nos ayudan a crecer, a configurar un “espacio propio” interior y exterior: así es como crecen las plantas. Pero en la consciencia de que nuestro crecimiento configura nuevas ideas, formas y palabras, a veces nítidas y generalmente enmarañadas en una especie de bosque-jardín salvaje, debemos acercarnos a él en silencio para desbrozarlo sin hacer daño.
Mi obra se asocia a veces a la idea de paisaje, quizás por la presencia de color, estructura, ritmos y gestos primordialmente orgánicos, pero entiendo que el paisaje, como género, enmarca la naturaleza tal y como se percibe, como se retrata y como se imagina. Veo mi obra como el resultado de la acción e interacción de factores naturales y factores humanos, con todo lo que esto connota: vínculos, humanidad, interacción, vivencias…, infancia.
Mi pasaje está en ese proceso doble, de ir desenmarañando y cribando, lentamente, para después configurar y proponer algo a partir de esa maraña. Es, pues, un proceso en crecimiento, en permanente interacción entre la sociedad y lanaturaleza; un territorio de paso, un pasaje humanamente sentido y un residuo como representación procesual del mismo.
Voy abriendo mi passage en un bosque, una ciudad, en el estudio. Me impregno de jardines exuberantes que aparecen ante mí, y los llevo hacia mi interior. Los caminos que voy abriendo cuanto más me adentro suelen ser los que más me interesan. Por eso son tan interesantes, porque voy descubriendo, yendo más allá, sin saber muy bien hacia donde me van a llevar. Quizás encuentre un rastro, un indicio o una madriguera.
Si permanezco en la seguridad del camino trazado, me acomodo, y la comodidad entorpecerá el descubrimiento. Por los estímulos, por las ganas y por el riesgo, el camino también es salvaje y hostil.
Light remite, además, al pensamiento y a la contemplación, a la observación de “ideas y lugares” que se forman también en la penumbra, en la luz vibrante o tenue, favorecedora de chispas que saltan. Cuantas más surgen, más dudas crean, más preguntas útiles para fortalecer la odisea hacia un encuentro, en una conversación intensa con la pintura. Paisaje en devenir y lugar de tránsito donde el tema residual es siempre la pintura.
Según el filósofo Alain Roger, se producen dos tipos de artealización en la contemplación de la naturaleza: la primera, directa, in situ; la segunda, indirecta, in visu. ¿Qué contextos o circunstancias te han servido de estímulo para la primera?
En principio, creo que me ha influido mucho estar en contacto con la naturaleza desde muy pequeña. Viví en un viejo molino del rio Miera, en cuyos alrededores correteaba, chapoteando en el agua y descubriendo mil “detalles sorprendentes” de la naturaleza: insectos, animalitos, hojas, rocas… Al atardecer era casi rutinario bañarnos en el río, y me resultaba bastante sobrecogedor observar como los moribundos rayos del sol teñían en tonos cálidos las rocas y se deslizaban silenciosos sobre las enormes peñas que, en ambas orillas, se fundían con el cielo.
La necesidad de movimiento, sea cual sea la ubicación, es imperativa. Es esencial ejercitar lo que se ve y lo que se va desarrollando por ese passage vital de la memoria y de la práctica de la pintura. Todo está unido, y todo configura el cuerpo residual resultante. La magia del movimiento está representada en el agua como filtro y claridad, escondiendo y mostrando el limo, las formas notables de las hojas, las piedras y las ramas arrastradas e, incluso, a alguna trucha atrevida o, quizás, sabedora de que nuestra sombra no podría atraparla jamás.
Luego, en el estudio, suceden otras cosas. El ánimo se serena a la espera del destello. Siempre recuerdo cuando salíamos del agua, yo envuelta en una toalla enorme y pidiendo observar un poco mas aquellos últimos reflejos que el sol nos regalaba como despedida, antesala al recogimiento y al “¡hasta mañana!”.
Ahora, cuando entro en el estudio, en más de una ocasión recuerdo la doble sensación de aquellos momentos: por un lado una cierta tristeza y, por el otro, un cierto regocijo. Regresaba a casa en la toalla, llena de preguntas y con pocas ganas de cenar. El arte, pienso ahora, también alimenta, pero entonces solo percibía y almacenaba emociones.
En Berlín, observando algunas obras de G.D. Friedrich, sentí eso que algunos historiadores intentaron definir como “sublime”. En ellos percibía una sensación parecida: la luz se desplazaba lentamente hacia el horizonte y algo de nosotros parecía desplazarse con ella. Eran obras extrañas, no solo bellas, que me movían más que por su belleza, por ese desplazamiento sobrecogedor y quizás, también, inevitable. Esa belleza desposeída que pasa de ser objetual o material a ser emoción en movimiento: pasaje en tránsito hacia lo inmenso.
El “in situ/in visu” lo llevo hacia mi estudio, hacia el taller, porque es allí donde sedimento y procuro las respuestas. Da igual donde te encuentres, el destello aparece, también las chispas, y eso es lo que a mí me importa. Lo que seleccionan mis ojos, hacia dónde me llevan, dónde se detienen, procuro respetarlo. El entorno enriquece los sentidos y la memoria, y es un cóctel primordial al que estoy abierta y procuro alimentar para dejarlo salir a través de mis manos.
Para mí, interiorizar es un proceso de filtraje lento, que nos ayuda a depurar otros procesos que han “rayado” (o marcado) nuestra “ánima”. En el estudio entrecruzamos silencio y tiempo, haciendo crecer nuestro imaginario. Es un proceso vital y mental, un nosotros que se va haciendo y se moldea en cambio, en transición, como parte de un tránsito irrecuperable, como experiencia.
Hoy, que las distancias no existen y las lejanías ya no están tan lejos, se hace cada vez más necesario valorar cada sendero, cada pasaje, cada camino. Pero la experiencia del estudio es también sustancial y genera cuerpo, un ladrillo que es a la vez documento. Pero, ¿cómo dar forma de archivo y verdad a esta configuración que llamamos, a veces sin quererlo, nuestro arte?
Se me ocurre ahora para terminar un poema de Emily Dickinson:
«El silencio es todo lo que tenemos,
la voz es el rescate
pero el silencio es infinito
carece de rostro».
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