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‘Vida en pausa’, de Alexandros Avranas
Con Chulpan Khamatova, Grigoriy Dobrygin, Naomi Lamp y Miroslava Pashutina, entre otros.
99′, coproducción Grecia-Francia-Suecia-Alemania-Estonia-Finlandia, 2025
El salón se cubre de absoluta oscuridad cuando la pantalla de la televisión muestra el final de ‘Vida en pausa’, quinta película de Alexandros Avranas. No ha estado mal, creo. Tengo buena memoria, así que estos contratiempos visuales no me impiden localizar el cenicero blanco que me ha acompañado esta hora y media. Que no cunda el pánico.
Con la mecánica de un fumador empedernido golpeo –con elegancia, si se me permite– el final del cigarro. Intuyo canasta. Chao, ceniza. Entonces, la luz vuelve. Tenue, algo tímida, pero aquí está. Unas frases largas del mismo color que el cenicero flotan en la tele. Frunzo el ceño después de leerlas. No se trata de la marca de agua de este visionado.de prensa. Es otra cosa. Para más inri, he manchado el sofá.
Estas letras luminosas no solo han sacado a relucir mis vergüenzas como jugador de baloncesto de la nicotina. Han ruborizado también mi perfil de espectador. No podría –ni debería– definir mi intelecto como crítico de cine. Pero lo que sí puedo asegurar es que al menos durante sus 99 minutos de duración no he despegado los ojos de los fotogramas.
Las oraciones explican qué es el síndrome de la resignación. Una enfermedad exclusiva de Suecia que aparece en hijos cuyos padres buscan asilo. Después de vivir situaciones de estrés fruto de la migración, la guerra, la violencia y/o la burocracia, estos perfiles se sumergen en un estado catatónico. Es decir, la sinopsis de la película que acabo de ver.

En el interior de mi cabeza surgen dos derroteros, cada uno peor que el anterior. El primer camino me dirige a que Avranas no confía ni en el poder de sus imágenes ni de sus formas. Este sendero me entristece y me sorprende. Pese a no haber presenciado el largometraje que marcará mi posterior vida, sigo pensando que ‘Vida en pausa’ es una obra firme. El director griego ha confeccionado una atmósfera opresiva y desoladora acorde a la historia real que quiere contar.
Sus planos simétricos envueltos en una gama de colores grises y apagados forma un marco idóneo para situar las desventuras de la familia protagonista, una especie de Wes Anderson muy fan del primer Lanthimos o de Haneke. Estos espacios minimalistas y estériles acercan el largometraje más a lo distópico que a lo documental. Francamente, es una decisión acertada porque ¿qué aterra más que la cruda realidad?
Pero no solo los lugares del filme son asépticos. La cámara del director griego se mueve con solemnidad, sin piruetas. Muestra unos personajes igual de gélidos, incapaces de mostrar sus sentimientos, sean de la índole que sean. Gente vulnerable arrastrada por un entorno impersonal.
No cabe duda de que Avranas tenía en mente, de forma muy clara, la película que quería desarrollar. Me atrevería a decir que, en ocasiones, incluso roza la redundancia de ese ahogo, así que ¿por qué volver a explicar tu película?
Apago el televisor y pienso en el otro camino que se ha abierto en mi mente. Existe la posibilidad de que Avranas sí que confíe en sus imágenes, pero no en los espectadores. “Oye, chicos, por si no os ha quedado claro, esta película trata de esto, ¿okey?”, algo así. Es una hipótesis espeluznante. Espero de todo corazón que no se trate de esta opción. Jamás lo sabré, igualmente.
Sea lo que fuere, esta suerte de epitafio cinematográfico ha trastornado mis ideas preestablecidas sobre qué escribir de ‘Vida en pausa’. No puedo pensar en otra cosa.
Enciendo las luces y otro cigarro mientras coloco el ordenador en mis rodillas y empiezo a escribir mis propias líneas post película.
Quizá sea un hipócrita. Quizá esté redactando todo esto porque no confío en el poder de mis palabras, actitud que acabo de criticar. Quizá no sepa afrontar este filme de otro modo y me escabullo por los senderos más amplios que ofrece este tipo de texto más personal. Cuanto más hueco tenga yo, menos tendrá el cine en sí mismo.
Aún así, trabajo tranquilo. Puede que dude de mis habilidades como periodista, como crítico o como escritor, pero jamás navegaré por el sendero de no confiar en el intelecto de mis lectores.
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