Códigos. Alquimia de pulsiones, de Xabier Moingeon
Biblioteca Municipal de Ruzafa
C / Matías Perelló, 5. Valencia
Hasta el 3 de enero
La finalidad del arte, decía Victor Sklovski, “es proporcionar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento”. Cuando la mirada se detiene en aquello que prontamente reconoce como fácil asidero, deja de estar perdida, pero nada entonces sabe de la radical experiencia humana: ésa que nos confronta con los múltiples agujeros de que está hecha la vida. Asomarse a ellos es cosa de la visión; taparlos, con el objeto de acolchar la realidad, constituye la base del reconocimiento. Xabier Moingeon explora esos agujeros con su obra expresionista, hasta el punto de sumergirse al fondo de la caverna de la que parece brotar su pintura o al inconsciente mismo como depósito de atávicas sensaciones.
Lo hace dejándose llevar por cierta visión que, a ciegas, le va guiando a impulsos durante el proceso creativo. “Yo me baso en el expresionismo abstracto, de manera que me pongo a trabajar y van surgiendo cosas por azar”, explica Moingeon. He ahí su inmersión en la caverna o en el inconsciente; inmersión mediante la cual va extrayendo líneas, formas y colores dotados de cierto primitivismo que luego va depositando en la superficie del lienzo o de la madera como si fueran restos de un sueño. Sólo al final, como por arte de magia, todo esos restos se van entrelazando en un conjunto coherente.
Por eso tiene sentido que la exposición, que permanecerá en la Biblioteca Municipal de Ruzafa hasta el 3 de enero, lleve por título Códigos. Alquimia de pulsiones. Quizás hubiera sido más exacto al revés: Alquimia de pulsiones. Códigos porque, después de todo, primero está el desorden al que nos convoca la energía desbordante del artista y luego aparece la trama que, poco a poco, contiene en el mejor de los casos la avalancha de sensaciones allí emergidas. En todo caso, como bien apunta el propio artista, se trata de “crear un repertorio, aunque sea inconsciente, para después acabar el cuadro”. De manera que lo que empezó “sin nada claro” (he ahí la visión), termine, tras ímprobos esfuerzos, en arrojar cierta luz.
Y luz, en esta obra más reciente de Xabier Moingeon, hay mucha, si bien mortecina. Tonos rojos, grises azulados, verdes, ocres, todos ellos pugnando por abrirse paso en medio del desconcierto inicial, para ofrecer finalmente ese “equilibrio” que destila el conjunto expositivo. Solsticio recuerda, más que ninguna otra, ese fondo primitivo, cavernario, plagado de signos tribales que parecen serpentear el aire como si fueran chispas de una hoguera nocturna. Solaire, Ocarina, Quatre saisons prolongan esa sensación arcaica del hombre confrontado a su propia naturaleza convulsa. La troisième femme apunta en la misma dirección, con formas ligeramente más apacibles, pero sin duda igualmente ligadas a lo ancestral. Mientras en Samourai, ese “trazo violento, como si fuera un harakiri” (Moingeon dixit), nos devuelve el gesto expresionista que late en el fondo de toda su obra.
Códigos. Alquimia de pulsiones se puede ver como un mapa del vasto territorio interior que despliega Xabier Moingeon, para que el espectador lo explore acicateado por su visión. En el fondo, se trata de descifrar los signos depositados en el interior de esa caverna o inconsciente que Moingeon rastrea con pulso equilibrado.
Salva Torres
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