Xavier Monsalvatje

#MAKMAArte
Entrevista a Xavier Monsalvatje
Premio Nacional de Cerámica Creativa Contemporánea 2023
Asociación Española de Ciudades de la Cerámica

Me siento al lado de un caballete que sostiene un azulejo industrial. Al otro lado, sobre una mesa, reposa un plato conmemorativo a medio decorar. Delante mío, entre maquetas, pinceles y cajas llenas de collages, sobresalen dos jarrones, uno decorado con azul cobalto y otro pleno de cartografías y símbolos en tonos sepia. Visitar el taller de un artista es abrirse paso entre los rincones de su mente.

Xavier Monsalvatje me ofrece té. «Me lo mandaron unos amigos japoneses. Pero las tazas estas son de café, de mi amigo Christopher Davis Benavides. Están hechas de porcelana y cocidas en un horno a leña. Les tengo mucho cariño». Después, el artista me enseña una suerte de altavoz, un tradicional botijo chupacharcos, una caja de vino al estilo tetrabrik; todo hecho de cerámica.

«A mí, la gráfica me gusta y los collages se me dan bien igualmente. Me encanta hacer collage, pero me considero ceramista. Mucha gente no sabe que yo modelo ni que hago las maquetas ni que he hecho los contenedores. De eso no han visto nada. Pero me considero ceramista, mucho más que un artista gráfico».

Monsalvatje dibuja, pinta, modela, recorta y pega, monta, cuece. Ya hizo carteles, esculturas, murales, instalaciones e incluso diseñó calcetines. Sus materiales de trabajo son igual de variopintos. Utiliza arcilla, gres, engobes y esmaltes, pero también hierros, vidrio, madera, papel y hasta objetos encontrados. «Me gusta tocar diferentes palos. El cambiar de proceso creativo te obliga a ser mentalmente más ágil».

Materiales con los que trabaja en su estudio Monsalvatje. Foto: Tátylla Mendes.

Su agilidad mental es tan patente como su talento y su amor por la cerámica. No es casualidad que, en 2023, el artista haya sido galardonado con el Premio Nacional de Cerámica Creativa Contemporánea por la Asociación Española de Ciudades de la Cerámica.

Antes de ello, Monsalvatje ya había recibido también el Premio Nacional de Cerámica Ciudad de Castellón. Además, desde 2013, es miembro de la Academia Internacional de la Cerámica (IAC), con sede en Ginebra (Suiza). Y cabe reseñar, igualmente, que fue el ganador del II Premio Internacional de Carteles MAKMA, organizado por este medio en 2021, bajo el lema ‘Orden/Desorden’, con su cartel ‘Kaos’.

Huelga decir que Monsalvatje es un artista contemporáneo, al igual que su discurso. A la vez, se vale de técnicas, elementos y productos tradicionales. Es a través de lo que representa en jarrones, platos y botijos de toda la vida que logra convertir esas y otras piezas en sugerentes esculturas.

«Esto es un socarrat, una técnica que se ha utilizado siempre. Lo que hago es darle una vuelta a esa técnica. Por ejemplo, la persona que ve desde lejos un jarrón tradicional azul cobalto piensa que lo que hay ahí es algo cercano a lo de Manises; quizá una decoración floral. Lo que hago es representar ahí otra historia. Intento narrar el discurso específicamente ahí, poniendo el valor en esas piezas que se hacían en su momento meramente decorativas. Porque, a mí, lo meramente decorativo no me atrae. Igual estoy equivocado, pero creo que tiene que haber algo más».

El valor añadido a que se refiere el artista se da por el discurso que desarrolla en esas obras; un discurso actual, crítico y, a veces, sarcástico sobre el desarrollo moderno, el impacto industrial y la sociedad de consumo contemporánea, representado en piezas que, por su funcionalidad, acaban complementando la narración.

Jarrones y maquetas de Xavier Monsalvatje. Foto: Tátylla Mendes.

Su interés por el desarrollo urbano e industrial está relacionado a su experiencia vital y su trayectoria. «Me crié en la zona del puerto. El instituto donde estudié estaba en Nazaret, y entonces todavía había astilleros ahí. Yo cruzaba lo que es hoy la Ciudad de las Artes y las Ciencias y por ahí estaban en aquel tiempo las Naves Cross, que era un gran complejo industrial. Eso siempre me llamó la atención. Cómo eso iba modificando el paisaje».

Después, Monsalvatje empezó a trabajar en una fábrica de cerámica y, a la par, colaboraba con su hermano, también ceramista, que ya tenía un taller montado. Fue cuando decidió estudiar Artes Aplicadas. Más tarde, tras graduarse también en Serigrafía, volvió a trabajar dentro de distintas fábricas de cerámica, pero entonces como artista invitado a las residencias ofrecidas por instituciones como Sargadelos y Kohler.

«La primera fue en Sargadelos, una fábrica de porcelana, que la recuperó Isaac Díaz Pardo, un intelectual pintor que se hizo industrial. Podríamos decir que era como el modelo Bauhaus español. Ahí me abrió el campo, por ejemplo, de empezar a pintar sobre la cerámica. Porque, hasta entonces, yo estaba trabajando en los proyectos de las maquetas, los contenedores, pero eso fue perdiendo fuelle en favor de la decoración en cerámica, con la narración que ya hacía con mis dibujos. Entonces, yo estaba pintando fábricas dentro del proceso de industrialización. De estar en Sargadelos, cuando volví, monté este taller».

La decoración sobre cerámica es, probablemente, la parte más conocida de su trabajo, sobre todo la representación del paisaje industrial. «El edificio industrial posee tales valores simbólicos que es capaz por sí mismo de crear paisaje», ya había sentenciado Juan Sobrino Simal, uno de los referentes del artista en lo que a industrialización se trata.

Monsalvatje también menciona a Fritz Lang con su clásico ‘Metrópolis’, a Chaplin en ‘Tiempos Modernos’ y a Walter Ruttmann con el documental ‘Berlín, sinfonía de una ciudad’. Después, en este mismo ámbito de influencias, me habla también sobre el pintor futurista Mario Sironi y el historietista Masereel.

Pero queda patente que sus referencias van mucho más allá. A cada par de frases, nuestra charla se topa con el nombre de un escritor o escritora, un pintor o pintora, un y una ceramista. A cada tanto, el artista se levanta para enseñarme algún libro de la pequeña parte de su biblioteca que está en el taller.

Xavier Monsalvatje hojeando un libro en su estudio. Foto: Tátylla Mendes.

Monsalvatje me habla de Orwell y de Ray Bradbury, me cuenta que le encanta Julio Verne, así como Conrad, Stevenson y Jack London. Le recito un par de fragmentos de ‘Ciudades Invisibles’ que llevé apuntados y, antes de que pueda nombrar a Calvino, Monsalvatje me revela que uno de sus primeras exposiciones individuales la hizo en su homenaje. «Se llamaba ‘La nube de Smog’, que es una de sus primeras novelas».

El autor italiano es otra referencia fundamental de sus paisajes urbanos; escenarios complejos, dinámicos e hiperornamentados, plenos de narrativas superpuestas, como las capas mismas de una ciudad.

«En Smeraldina, ciudad acuática, una retícula de canales y una retícula de calles se superponen y se entrecruzan. Y eso no es todo: la red de pasajes no se dispone en un solo estrato, sino que sigue un subibaja de escalerillas, galerías, puentes convexos, calles suspendidas».

Si sumamos descripciones de Calvino, como esta con las cárceles de Piranesi, y una visión poética, diacrónica y crítica enfocada en la actualidad, nos acercamos a algunas de las pautas del trabajo de Monsalvatje.

«La ciudad se genera en la época medieval; viene desde el castillo, que se suma al poder de la Iglesia, el poder eclesiástico», reflexiona el artista–. «Después, el poder feudal va ganando terreno al poder eclesiástico y esta ciudad sigue creciendo. Hasta el momento que empieza la industria, y va ganando espacio el poder burgués. Ya no se construyen tantas catedrales entonces, sino industrias. Ya el campanario no es el referente; es la chimenea. Y eso empieza a extenderse, a absorber pueblos, hasta que la industria tiene que dejar el centro para irse. Pero fíjate que en todo ese proceso está la cerámica, desde las tuberías de los romanos hasta las tejas, los ladrillos».

«Toda esa historia me interesa –prosigue Monsalvatje–. Para mí, es como un juego. Cuando empiezo el proyecto digo: “Pinto la fábrica”. De ahí, “¿qué me falta? La maqueta”. Luego que hago la maqueta, me falta el residuo y, por eso, los contenedores. Me gusta, también, representar los autómatas, y tengo un gran referente para ello, que es Fritz Kahn. Pero son todas patas del proyecto, es todo parte de la narración. Quiero narrar lo que está sucediendo, que eso se quede en la cerámica».

Uno de los azulejos de Xavier Monsalvatje. Foto: Tátylla Mendes.

El artista parece seguir el ejemplo de los antiguos griegos –de quienes mucho de lo que sabemos lo hemos descubierto en sus piezas de cerámica–. Como un buen cronista de su tiempo, Monsalvatje deja registrado el escenario urbano, el paisaje industrial, el barril de brent e incluso el precio actual del petróleo; la información que, en su opinión, va a trascender, «para que, cuando se pueda encontrar esta pieza de cerámica, vean, por ejemplo, que el petróleo era algo fundamental».

Lo hizo también durante la pandemia de COVID-19 y, antes de ello, durante la pandemia económica de 2008, siempre narrando su momento.

Podríamos decir que otra pata de la obra de Monsalvatje tuvo inicio con las series ‘Cartografías de barro’ y ‘Laboratorio de coordenadas’ –esta última en homenaje al ‘Laboratorio de formas’ de Isaac Díaz Pardo y al ‘Laboratorio de tizas’ de Oteiza, al cual Pardo ya hacía un guiño–. Sumando a sus referencias urbanas e industriales una serie de símbolos, elementos mitológicos y huellas de recuerdos, el artista empieza a configurar mapas de territorios permeados por elementos abstractos y concretos, donde traza rutas conceptuales que intentan ordenar las coordenadas del pasado y del presente. Aunque, aparentemente, se trata de una disrupción, esas obras pueden ser entendidas, más bien, como la continuidad de su discurso.

Por otra parte, Monsalvatje repara en que «hay un informalismo dentro de la cerámica, de la investigación. El mundo de la cerámica se basa demasiado en la técnica. Muchas veces, hasta en las publicaciones y en los premios, la gente se queda mucho en lo que es el proceso técnico. Ahora bien, yo voy a ver un Goya y no pienso: “Esto, ¿con qué lo pintó?”. No, yo me quedo con lo que me está contando Goya. Luego voy a “¿por qué me gusta especialmente?”. Porque narró su tiempo; narró su tiempo a nivel político, además».

La epopeya contemporánea y crítica que el artista representa en sus obras deja claras sus inquietudes políticas. Hace falta decir que la visión de Monsalvatje sobre el tema es cercana a lo que proponía Hannah Arendt cuando hablaba de la política como relación. «Mucha gente dice que no cree en la política, pero la política es lo que haces cuando estás hablando con las personas», opina Monsalvatje. «Si tienes relación con las personas, tienes una política. Además, está relacionado con la ciudad. Los griegos ya lo explicaban muy bien: la política es la polis, es la ciudad».

En este orden de cosas, le pregunto por la conferencia ‘La política y la cerámica’ que el artista impartió en la Bienal Internacional de Cerámica de Manises 2022, y Monsalvatje me cuenta una anécdota sobre el ostracismo griego y sobre las ostraka –piezas de cerámica que utilizaban para votar si expulsaban a alguien de la ciudad–. Después, hablamos también sobre las dictaduras y los poderes fácticos, y, a raíz de ello, acabamos conversando sobre ‘Senderos de gloria’, de Kubrick, y la lucha contra el poder establecido.

Su visión analítica y cuestionadora puede llevar a creer que el artista sea propenso a la melancolía o la negatividad. Monsalvatje, sin embargo, se muestra alegre y optimista. Me recibe un domingo por la mañana en su taller con amabilidad y muy buen ánimo. Celebra la lluvia que cae a cántaros en esos momentos a las afueras de València. Habla de manera amigable, cuenta anécdotas, hace bromas. Además, al tratar de evaluar el panorama actual de la cerámica, se muestra esperanzado.

Engobes en el estudio Monsalvatje. Foto: Tátylla Mendes.

«Creo que la cosa ha cambiado bastante. Evidentemente que, al ser un material de uso funcional, la cerámica no ha tenido una repercusión como pueden tener otras artes. En los 80, sí que tuvo una cierta repercusión en lo que son los espacios arquitectónicos a la hora de hacer murales. Pero entre los informalistas, Iturralde, Teixidor, todo este grupo, ha habido muchas exposiciones en las que Enric Mestre, por ejemplo, no estaba».

«Pero, ahora, ciertos comisarios y galerías de arte, incluso museos, se están fijando más en ese proceso (vamos a llamarlo un proceso creativo). También, muchos artistas de otras disciplinas se están fijando en el material como un proceso más de trabajo. Entonces, creo que ahora la cerámica vive un buen momento a nivel creativo, a nivel internacional y también aquí, en la Comunidad Valenciana».

A continuación, el artista comenta sobre dos distinciones en la cerámica. Una es el gremialismo. «Creo que se da más en la cerámica que en otras profesiones artísticas, quizás porque es un proceso complejo». Según Monsalvatje, «en la cerámica, el lenguaje te une».

Él habla con cariño de otros y otras ceramistas, así como de los alfareros: «Es gente supergenerosa, da lo mismo que estés en Wisconsin, Taipei City o aquí, en Alicante». También habla de la cultura y sabiduría de estas personas que van al terreno a sacar la arcilla, la decantan, la venden, la moldean: «Ellos saben todo del terreno y también de la cultura popular». Asimismo, no deja de nombrar a alfareros como Rafael Ruiz, Alfonso Alcaide, Luis Torres, Toño Navarros y Juan Carlos.

Otra distinción que Monsalvatje pone de relieve tiene que ver con la presencia femenina en la cerámica. «La relación de la mujer con la cerámica siempre ha sido importante y ha habido siempre grandes referentes mujeres dentro de ella. Todos tenemos que conocer a Betty Woodman en Estados Unidos, por ejemplo. Además, para mí, María Bofill es un gran referente. Están Elena Colmeiro, Angelina Alós, Teresa Guerrero, Presentación Rico, Teresa Aparicio…». Monsalvatje cita, además, a María Oriza, Ana Illueca, Myriam Jiménez y Rafaela Pareja.

Coincidentemente, su amiga, la ceramista y directora de CICEMA, Rafaela Pareja, le llama en esos momentos para pedirle prestado el libro de recetas [que no son de cocina, sino de cerámica]; una muestra clara de la colaboración entre ceramistas de la que hablaba Monsalvatje.

Vino botijo de Xavier Monsalvatje. Foto: Tátylla Mendes.

Antes de salir para llevárselas, el artista aún me cuenta sobre sus próximos proyectos. Durante este mes de septiembre, presenta una exposición individual en la Bienal Internacional de Cerámica Contemporánea de Carouge (Suiza). Enseguida, tiene planeado ir a China, a Jingdezhen, a participar en una residencia artística ofrecida por una empresa público-privada en asociación con la universidad. Además, tiene un par de talleres pendientes de confirmación.

Lo que sí es cierto es que, en todos estos recorridos, Monsalvatje irá siempre llevando sus cuadernos de viajes para registrar memorias a modo de bitácora, trazar geografías físicas y abstractas, pensar ciudades, cuestionar patrones y comportamientos, y tener bien presente la experiencia que le ayude a contar su tiempo.

Como dijo el Marco Polo imaginado por Calvino: «A veces me basta un escorzo abierto en mitad mismo de un paisaje incongruente, un aflorar de luces en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en medio del trajín, para pensar que partiendo de allí juntaré pedazo a pedazo la ciudad perfecta, hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados por intervalos, de señales que uno manda y no sabe quién las recibe».

Xavier Monsalvatje
Xavier Monsalvatje con una de sus piezas, en su estudio. Foto: Tátylla Mendes.