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Entrevista a Ximo Tebar
XXVI Festival de Jazz del Palau
8 de julio de 2023
La siguiente conversación se produjo entre un crepitar de patatas friéndose, el crujido del sol, implacable en el exterior, y un coro de risas de invitados de primera por dentro: Leo, la hija del protagonista, el guitarrista valenciano de alcance universal Ximo Tebar (1963); Vicente Gabarda, director, campanero y organista, y Sergio Lacedonia, quien inmortalizó la charla con la cámara y ejerció de catador de la tortilla del músico de las seis cuerdas como un matador de dragones y protector de damas en apuros, con la misma determinación y aplomo con la que Mario y Luigi acudían al rescate de la princesa Peach.
Solo que en este caso él mismo era los dos, el de la gorra roja y el de la verde, porque acto seguido emitió veredicto del vermú que refrescó la quedada, cortesía de Bodegas Baviera, emblemático comercio del centro de Valencia, con la misma lujuriosidad que la tortilla.
En la casa de Alginet de Tebar, la decoración de instrumentos se come las paredes y los suelos y la atmósfera flota entrañable. Algunas lucecitas parpadean en su cabeza recordando encuentros con músicos, artistas, fenómenos, en definitiva, compañías que no procura un sueldo, sino la magia. A cada dos pasos hay algo que conviene mirar de más cerca y obliga a levantarse del sillón.
El motivo de la reunión era hablar sobre los casi treinta años, unos cuantos ayeres, del lanzamiento del disco ‘Son mediterráneo’(1995), ese mar que concede y retira clemencias, el que Ximo Tebar quiso navegar como un pirata de Conrad para quitarle la sal y lijar con ella su música. Y también sobre el próximo concierto del jazzista en el XXVI Festival de Jazz. ¿Cuándo? El próximo sábado, 8 de julio, a las 20 horas. ¿Dónde? En el Teatro Principal de Valencia.
Del equipo concebollista para la tortilla, campeón de España de bolo americano, de natación, aficionado a la adrenalina de la velocidad, con más de una veintena de trabajos discográficos publicados, pero ante todo amante del arte y todo lo que en él pueda caber: “Sé que toco bien la guitarra, sería una tontería ir de moderno y decir ay, toco lo que puedo. La verdad es que la toco muy bien porque me lo he currado durante muchísimas horas, durante muchos años. Las tortillas de patata me salen igual de bien porque me lo he currado igual y he tenido que hacer muchas, muchas”.
Empezaste a tocar flamenco con la guitarra con siete años. En lugar de bendings, arzapúa. Con El Chufa de mentor, nada más y nada menos, a cambio de ñapas en el coche en el taller de tu padre. ¿Cuándo diste el salto al cambio de armonías y a la electrificación?
Fue una casualidad de la vida. Tocaba flamenco, me gustaba mucho Paco de Lucía, y Santana, en otro contexto. Tenía un vecino que tocaba la guitarra y que escuchaba música bossa nova y sobre todo jazz fusión: Spyro Gyra, George Benson… Por mi ventana oía la música de todos esos artistas que en los años 70 hicieron unos discos fantásticos. Un día decidí llamar a la puerta y aprendí los primeros acordes y las primeras bases de la música, más allá de la armonía de flamenco. En aquellos años, el flamenco estaba más limitado.
¿Había o recuerdas en el jazz algo parecido a aquellos guitarristas flamencos, casi pioneros, que tocaban de espaldas para que otros guitarristas o siquiera el público pillase al vuelo las falsetas?
En el ámbito del jazz no lo he vivido. Pero conozco esas historias porque entablé una relación personal con Paco de Lucía, nos teníamos mucho aprecio, y cuando iba a Japón tenía un montón de ingenieros de los fabricantes de instrumentos que querían fotografiarlo para hacerle una guitarra. Él siempre tocó guitarras de luthiers españoles, aunque los japoneses estaban empeñados en que probase una suya. En las pruebas de sonido Paco se ponía un paño para que no pudieran verle las manos.
Se habla, con toda razón, de Paco de Lucía como un tótem, la revolución en sus dedos, pero parece que haya sido el único guitarrista que ha desbordado la capacidad del instrumento con su talento, su velocidad, su arte. ¿Es pereza de buscar nuevos ejemplos? ¿Fue imbatible en cada una de sus aristas?
Influyen muchísimas cosas. La industria ha cambiado. Fue la que apostó muy fuerte por Paco de Lucía. A lo mejor también tuvo que ver el carácter suyo o la facilidad con que se podía comercializar lo que hacía, pero ese carisma, su virtuosismo elevado, insuperable, hacen que no haya un color parecido. Su carrera ha sido merecidamente brillante, no han podido superarlo. Se supo rodear con muy buena visión comercial.
Hay algunas concomitancias más entre jazz y flamenco. En España es raro encontrar a algún guitarrista que diga que trabajar en este país sea gloria. El prestigio y los buenos contratos suelen estar al otro lado de la frontera.
Estoy completamente de acuerdo con los guitarristas flamencos. En mi opinión es algo cultural. A los franceses no les pasa eso, ni parecido. Ellos apoyan a sus artistas, su espacio… aquí tenemos otro carácter.
Descríbenos el circuito de jazz en España y sus condiciones. Podríamos decir que existía un triángulo con cada vértice con carácter propio: Barcelona, Madrid y Valencia. Para la primera, la vanguardia; para la capital, la fusión y Valencia en Valencia estalló el bebop.
En estas tres ciudades había diferentes circunstancias, aunque ahora ya esté todo mucho más globalizado y diversificado. Madrid era la cosmopolita, a donde todos tenían que ir y por donde entraba toda la música popular. Barcelona es igual de cosmopolita y tenía un artista, Tete Montoliu, el mejor músico de jazz de la historia de nuestro país junto a Pedro Iturralde. Él hizo que la música impregnara Barcelona; además, recibía la influencia de Francia, tenía una conexión con Europa y las vanguardias.
En Valencia el movimiento jazzístico surgió por un puñado de músicos y unos pocos críticos apasionados, como Antonio Vergara o García Herraiz. Independientemente de que te gustaran o no, eran estudiosos, tenían colecciones impresionantes de jazz y acercaron una música que no se encontraba ni en las tiendas. Entonces, ¿por qué el bebop en Valencia? Porque era lo que estos críticos consideraban jazz de verdad y era lo que transmitían. Eso caló y fuerte. Y me alegra.
¿En tu caso también ha habido un vuelco de prioridades y ahora prima el sonido más que la velocidad, el virtuosismo?
Cuando era joven me fijaba e intentaba imitar los alardes. Hacer el más difícil todavía. Tocar para sorprender con una técnica de vértigo. Con el tiempo me he dado cuenta de que no es lo importante. He escuchado mucha música desde entonces. Prefiero al que sabe colocar dos notas que al que hace cien mil y no transmite el mensaje de forma tan directa.
Mi conclusión es que lo importante es el entendimiento y el dominio del ritmo y el silencio. La clave de un discurso musical rico, intenso, interesante, está en el ritmo y en los silencios. Los microsilencios. Evidentemente, también la melodía, las notas que eliges y demás.
En alguna entrevista has dicho que los críticos han llegado a conclusiones sobre tu música que ni siquiera tú te habías planteado. Parece un poco la historia del sobrino del escritor Julio Llamazares, que le pidió ayuda para hacer un trabajo de clase sobre la obra de su pariente y la profesora lo suspendió porque el pensamiento del autor no era creíble.
Todo eso sale de ingentes horas de trabajo y de investigación, de dedicación, y lo hace de forma espontánea. En muchas ocasiones sacan a relucir alguna influencia de la que ni yo era consciente. Los músicos estudiamos a otros músicos, los hemos transcrito, los hemos copiado, que es son las primeras palabras de cualquier lenguaje. Cuando ya tienes una buena cantidad de recursos y conocimiento acumulados es cuando va a emerger tu sello, tu forma. Al principio será seguramente un mezclaíllo de todo, seguramente.
Comentabas esa disección de entomólogo de la música de otros guitarristas, pero en tu obra no hay muchos ejemplos de homenaje, de calco. Juegas más con los fraseos y texturas de las trompetas, los trombones y algún saxo que otro.
En mis inicios estaba muy influido por guitarristas. Quería tocar como Paco de Lucía, pero no musicalmente, sino virtuosamente.
Dejar el coma a quien escuchara.
Exacto. Luego me atraparon algunos guitarristas como George Benson, Wes Montgomery o Pat Martino. Me sé casi todos sus discos y estoy casi seguro de que me pones uno y podría tocar encima. Estudiaba todo el día. Cuando ya empecé a dedicarme profesionalmente, y a pensar en hacer mi propia música, mi propio grupo, en los conciertos empecé a fijarme en el show.
También había algunos discos de los que me llamaba mucho la atención la onda, como los de Woody Shaw, la banda eléctrica de Chick Corea, Pat Metheny, aunque a este no lo he estudiado tanto porque no me acaba de coger su sonido, pero hay que reconocer que es un genio. Lo prefiero más blusero, más meloso. De él copié la forma de crear bandas y de hacer música.
¿Tienen nombre todas tus guitarras?
Ninguna. Ni siquiera la que más toco. Para mí son herramientas, como si fueran unos alicates. Cariño les tengo el mismo a todas, porque todas tienen una historia. Pero desde hace muchos años toco con la Gibson de caja gruesa, muy jazzeras. Aunque la voy a cambiar por otra más cómoda.
Hay dos nombres que sueles mentar y que han significado para ti mucho. Jorge Pardo, una de las colaboraciones que con más cariño recuerdas. Y Lou Bennet, un imprescindible de tu biografía de quien dijiste que fuiste escudero, su asistente y su guitarrista.
Pardo y yo somos casi como hermanos. Gracias a él me di cuenta desde el principio de lo importante que era atender a la propia cultura. Eso me marcó el camino para aprovechar todo lo que sabía de flamenco, de música mediterránea, para incorporarlo a mi música.
Lou me hizo descubrir toda una filosofía de vida. Él nunca me dio una clase: convivencia, conciertos, metáforas… casi a través de historias, como los maestros de kung-fu. Fue un maestro bestial, el que me dijo un día que hasta que no aprendiera a tocar blues, tres acordes, no sabría ni entender ni tocar la guitarra.
¿Qué va a poder ver el público del concierto del próximo día 8 en el Principal de València?
Los conciertos importantes siempre los grabo. De ahí voy acumulando material que de alguna manera voy publicando. Tengo uno aparcado desde la pandemia. Lo que salga de allí puede acabar en un disco, en un vídeo en directo, que me gustan mucho.
Una vez me contó Boro Barber (padre) que la fallera era en sí misma un género periodístico. Publicaste un disco de Navidad. ¿Podrías confirmar que esa música estacionalizada supone también un género?
No sabría qué decir. Lo más característico son los cascabeles, pero no sé. En mi disco no los incluí.
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