‘Gorbachev. Heaven’, de Vitaly Mansky
Con Mijaíl Gorbachov
100′, Chequia | Vertov, Kypermarket Film, 2020
DocsBarcelona 2021 | Filmin
“Las imágenes son como espejos, y en el espejo vemos la muerte trabajar cada día. Mis figuras aisladas, afligidas, a veces pienso que están ahí para exorcizar ese fantasma de nuestro destino trágico”, asevera el artista mallorquín Bernadí Roig, cuyas figuras humanas –límpidas, albinas y sobrecogedoras– tuercen el gesto existencial cegados por una luz amnésica y tiránica que desdibuja la memoria de los individuos.
Y así, ensimismado por la crepitante fonética que al masticar procura la dentatuda postiza de Mijaíl Gorbachov, edémico y ralentizado, en el documental ‘Gorbachev. Heaven’, del cineasta ucraniano Vitaliy Mansky, reparo en las esculturas humanoides de Roig, especialmente aquella que presidía en València el proyecto de la Galería Ana Serratosa en la finca donde vivió el poeta Ausiàs March, ‘Intimidades colectivas‘, en la que “la apesadumbrada figura parece sostener sobre sus espaldas la escalera entera de la finca a modo de martirologio”, aseveraba su comisario, Pedro Medina.
El filme –que participa, fuera de concurso, en DocsBarcelona, cuya edición de 2021 se celebra hasta el domingo 30 de mayo en los Cines Aribau y en el CCCB de la ciudad condal, y online a través de Filmin–, se aproxima, silente y crepuscular, a la residencia estatal a las afueras de Moscú, de usufructo vitalicio, en la que mora, periférico y nonagenario, el otrora secretario general del Comité Central del PCUS y jefe de Estado de la URSS entre 1988 y 1991, quien, tras acelerar y liberar, implementa un perídodo de reconstrucción al este del telón de acero que habría de eririgir su perestroika en cinética para un nuevo mapa de la geopolítica internacional, tras el mayúsculo colapso de la Unión Soviética.
Y sobre este y otros convulsos trayectos adheridos pulmonarmente a su biografía, Mansky –por cuyo timbre y dicción parece encarnar aquí a un personaje fiscalizante de la filmografía de Tarkovski– inquiere al entumecido paladín del Cáucaso con la infructuosa voluntad de distraer su predilección por el gaudeamus de bayas silvestres, gelatina áspic y vodka.
“Hay un río junto al bosque que brilla como un espejo hacia el valle verde. Se escapa”, entona con aedado solfeo ucraniano un Gorbachov huidizo y nostálgico que confiesa su indubitable devoción por la poesía y por los versos de Serguéi Yesenin: “Querido compañero, siempre estarás en mi corazón. Nuestra separación estaba predestinada. Aun así, presagia un reencuentro desde el principio”.
Una manumisión, inapelable y leninista, de complejas confluencias presentes por las que Mijaíl transita infausto, huérfano de la sempiterna presencia marital y siberiana de Raísa Gorbachova –fallecida en los albores del otoño de 1999–, una vez diluido su legado entre la prole de consanguíneos que han emigrado de la herencia cultural del pater familias.
Abandonado a una suerte de indiferencia y subestimación en su Rusia natal, Mansky le recuerda que “letones, estonios y lituanos lo aman porque gracias a usted consiguieron la libertad”. “No quiero quitarles su derecho a amar”, responde un cáustico Gorbachov. “Sus respuestas son muy astutas”, replica Mijaíl, en plena contienda dialéctica entre su posición a favor de preservar la URSS o dar “derecho a los letones a amarle por haber acabado con ella”.
Mijaíl observa su cuerpo mancillado por la tumefacción y pide compasión por lo que otros denominan “los errores de Gorbachov”: “No hay nadie tan talentoso y capaz que pueda competir con el Todopoderoso… O sus representantes autorizados”, mientras entona, entre susurros de clarín, “¡Pero hay corte de Dios, malvado! Esa corte terrible… aguarda”.
Consumado, entonces, el ocaso, no resta más que aquel fantasmal destino trágico, porque “para ti, querido río, la privamera volverá. Pero la juventud nunca volverá. La juventud no volverá jamás”.
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