Tal vez, estoy mezclando la realidad de Javier Giner con la mía, pero es que resulta muy difícil ver ‘Yo, adicto’ sin sentirte interpelado por él poseyendo el cuerpo, la cara, la voz, las uñas de Oriol Pla. ¿Yo he liberado a mi monstruo? Ya llevo a unos cuantos, y los llevo tatuados en mi cuerpo: yo también vivo en mi dicotomía de Eduardo/Edu. ¿Yo, no adicto?
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