#MAKMALibros
‘Nadie salva a las rosas’, de Youssef El Maimouni
Roca Editorial, 2023
Youssef El Maimouni ha publicado ‘Nadie salva a las rosas‘ (Roca Editorial), su segunda novela. Entre Casablanca, Tánger y Barcelona, Rihanna vive como sabe, como puede. Su muerte violenta y brutal destapa un mundo invisible disfrazado de buenismos. Yusuf, su educador social, quiere hurgar en la herida que la muerte de Rihanna ha abierto en él. Con todo, se enhebran realidades difusas, dilemas que tocan la individualidad más intima de cada personaje.
Youssef, como seguiría esta frase para ti: “Escribir es….”.
Escribir es una extensión de las extremidades. A los que nos interesa la literatura no podemos concebirlo de otra manera. Yo no me puedo concebir sin la escritura, sin el arte. Además, esto es lo que nos hace humanos: no ser simples observadores, no ser simplemente turistas, sino parte activa y dar voz a realidades invisibles, a esos héroes y perdedores.
Esto es una entrevista, así que dime, antes de seguir, ¿cuál es la pregunta que más te agota o disgusta como escritor?
No lo he pensado. No son las preguntas lo que me agota, más bien dos aspectos que se repiten constantemente. Una, que nadie es capaz de escribir bien mi nombre. Nuestros nombres están colonizados y apenas hay capacidad de corregir o de concienciarse de ello. Creo que esto aparece en gran cantidad de reseñas o entrevistas que me han hecho y se debe a que no se percibe como una falta de respeto. Y, segundo, la necesidad de etiquetarme constantemente: soy “escritor marroquí”, “escritor catalán”, “escritor de origen…”.
En todo caso, todo esto habla de nuestra sociedad y de la dificultad por aceptar la diversidad. Evidentemente, hay mucho por hacer en este sentido, pero se me ocurre el caso de Leila Slimani, reconocida como escritora francesa, aunque luego ella pueda reivindicar su sentimiento de pertenencia como quiera.
Tal vez a la industria editorial y a los mass media todavía les cuesta dejar de hablar de nuestro origen o de remitirse al pasado migrante con ciertos tintes exóticos. Esto no refleja las transformaciones de nuestra sociedad y debería ir más en la línea de mostrar la realidad diversa de este país.
‘Nadie salva a las rosas’ es tu segunda novela. En la primera, ‘Cuando los montes caminen’ (Roca editorial), nos haces viajar en el tiempo de la mano de Yusuf, un joven marroquí que se alista en las tropas moras del ejército de Franco. ¿Qué relación hay entre ambas historias? Y lo que es más curioso, ¿qué te lleva a llamar a los protagonistas de ambas novelas con el mismo nombre?
El nombre es un juego. Hasta tal punto genera confusión que el nombre de los protagonistas y el mío sean los mismos que, en el caso de la primera novela, la cual sucede claramente hace más de ochenta años, hay personas que me han llegado a preguntar si la historia tenía que ver conmigo directamente.
Tal vez haya poca capacidad de reconocer lo que se está leyendo o de no reconocer la figura del autor. Al final, he logrado confundir y no se ha sabido separar al protagonista del autor. Con ‘Nadie salva a las rosas’ hago lo mismo. De hecho, se dirigen al protagonista de muchas formas distintas, le llaman Yu, Yusuf, Yosef, Josep, Jose… Busco confundir y concienciar, mostrar que el blanco de alguna forma puede hacer con tu nombre lo que quiera en función de las necesidades del momento.
Ambas novelas buscan dar voz a los perdedores, a la gente que está al margen y que por un motivo u otro no ha podido relatar su historia y hacerla pública, traerla al centro donde ocurre todo. Pero a la vez huyo del victimismo, me interesa que se muestren todas las caras de la discriminación, que no solo ocurre aquí en suelo español, también Marruecos abandona a su juventud que se ve forzada a la migración y vive en un contexto de penalización de las relaciones sexuales fuera del matrimonio y de la orientación sexual.
De una manera muy sutil, intento que estas capas se vean y que no solo se focalice sobre el titular del “pobre inmigrante que malvive en Europa”, sino que en los países de origen también se sufren todo tipo de agravios.
¿Quiénes son tus referentes a la hora de escribir? ¿Podrías citarme tres y una obra que te haya marcado?
Si hay uno que me ha marcado mucho es ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo. Cuando viajé a México, me di cuenta de que es un país que tiene mucho en común con Marruecos. Tal vez sea por esas fronteras sureñas con países más ricos y desarrollados. México se mide con Estados Unidos y Marruecos con Europa. Hay una cosmovisión que nos acerca, que nos lleva a posicionarnos social y políticamente, en definitiva, humanamente. Las inquietudes, los traumas individuales y colectivos, la relación con la tierra, con la comida, la muerte y la vida, creo que tienen un carácter similar.
Luego, en cuanto a autores, te puedo citar a Mahmud Darwish, Jean-Claude Izzo, Leila Abouzeid. Mathias Énard me gusta especialmente porque tiene músculo narrativo y descriptivo, sabe relatar los problemas fronterizos y poner en común todo lo que tenemos en común históricamente.
De hecho, ‘Nadie salva a las rosas’ es un verso de Mahumd Darwish, del poema ‘El último tren se ha parado’. ¿Qué te lleva a emplear esta imagen como título de tu obra?
A mí me parece que un buen poema se entiende, pero no se explica. Podemos interpretarlo y llevarlo cada uno a su terreno. Lo que es interesante de tomar versos es que, de alguna manera, puedo dialogar con otros autores que además son referentes para mí. De este verso y de este poema en particular me interesa la imagen de la diáspora: pétalos que se caen y se los lleva el viento, a lo que nadie atiende ni se preocupa de recogerlos.
Además, una rosa, en el momento de cortarla, pierde valor. Creo que habla muy bien del sentimiento de invisibilidad. Lo interesante sería que cada persona sacara su propia lectura de esta imagen sea a priori o a posteriori de la lectura.
Esta historia nos sitúa en la ciudad de Barcelona. La Barcelona de ahora. Pero también conecta con otras ciudades como Tánger y Casablanca. ¿Cómo crees que dialogan estas tres ciudades en la actualidad?
Casablanca y Tánger son como las capitales culturales de Marruecos, aunque tienen caracteres distintos. Tánger es una puerta de entrada o salida hacia África o Europa. Casablanca es una ciudad que carga con mucha historia, además de poseer una arquitectura genuina; en los últimos años se ha convertido en una capital económica diría que de todo el continente africano. Casa es un espacio cultural tremendo.
Pero también tienen una cara difícil, al igual que las ciudades que se vuelven macroturísticas como Barcelona. Desde invisibilizar a ciertos colectivos hasta organizar la ciudad en extrarradios donde desplazar la pobreza para que no moleste al turista. La Barcelona postolímpica ha desplazado a sus vecinos y abraza muy bien a los turistas, pero no recibe muy bien a los migrantes. Hay unas violencias más o menos ocultas en estas ciudades que no dejan de ser espejos, pero en las que difícilmente hay cabida para todos.
La transexualidad, la inmigración ilegal, la economía invisible, la política, el racismo…, todo ello se entremezcla en esta trama policíaca junto a cuestiones como la paternidad, el desamor y el amor, la familia, la amistad. ¿Somos capaces de ver que son capas transversales o seguimos siendo muy maniqueos cuando se habla de inmigración o cuando se habla de paternidad?
Yo creo que, al final, ponemos el foco donde más nos interesa, aunque tratamos de ver todo lo que conforma la realidad de manera global. Lo que me gusta del juego de la autoficción que hay en este libro es que me permite hacer el ejercicio de ver mis privilegios; al escribirlos, puedo parodiarlos, cuestionarlos.
Me sirve para darme cuenta de que la forma que he tenido yo de crecer aquí no tiene nada que ver con estos jóvenes que arriesgan su vida por llegar aquí, para ver que desde mi posición de hombre hetero no tiene nada que ver con alguien que es transexual. Se trata de ver que, a veces, todas estas capas quedan atravesadas por los privilegios que tenemos, cada uno desde su lugar.
Tener privilegios es lo que nos permite emitir ciertos juicios morales, nos permite decir si algo está bien o está mal, y este es el papel del protagonista. Yusuf, como educador social, sentado en su oficina, se permite decir qué es lo correcto a unos jóvenes que a veces olvidamos que también deben equivocarse.
#NadieSalvaALasRosas de @YoussefElmaimou empieza con el brutal asesinato de Rihanna, una joven transexual de Marruecos, a las afueras de Barcelona. Descubre cómo sigue con la lectura de los primeros capítulos disponibles en este enlace: https://t.co/oHcdXHuoh6 pic.twitter.com/X1sLM3tYy4
— Roca Editorial (@RocaEditorial) January 20, 2023
La violencia traspasa la novela, a veces de forma directa y explícita, a veces invisible y en silencio. En la novela parece irrevocable, en ocasiones, la relación entre violencia e inmigración. ¿Cómo ves este vínculo?
La violencia es algo que me incomoda mucho y es complejo tratarla. En este caso, no creo que el vínculo sea violencia e inmigración, sino violencia y estrato o contexto social. De hecho, me ayudó mucho la lectura de Leonardo Padura. Me sorprendió que, a pesar de que sus novelas hablan de los bajos fondos de La Habana, nunca describía los actos de violencia, solo aparecían a posteriori. Entiendo que hablar de violencia genera aversión, solo lo aceptamos con un cine que lo convierte en algo grotesco como las películas de Tarantino o en películas de terror de serie B para encontrarte con escenas muy violentas.
He visto la necesidad de hablar de la violencia con la que uno se relaciona al encontrarse en un momento y en un espacio propicio para ello, como son los inframundos que tienen cabida en las grandes ciudades.
Leyendo la novela, me he acordado de la polémica con Omar Sy a propósito de la película que protagoniza, ‘Tirailleurs’. Entonces, pienso en ti como escritor y en la reflexión que despierta esta novela acerca de la sociedad en la que vivimos. ¿Hasta qué punto te percibes como un actor legítimo para hacer crítica de la sociedad en la que vives?
No podría generar un discurso solo para contentar a la gran mayoría. No obstante, creo que las personas que consideran que no soy legítimo para hacer crítica de la sociedad de la que formo parte están tan anclados a una ideología de extrema derecha, que solo me indica que algo estoy haciendo bien para que sea así.
En todo caso, también hay un exceso de paternalismo, porque parece que personas con un nombre como el mío debemos pedir permiso para que nuestra voz ocupe un espacio público. Tampoco apruebo esta especie de cesión a las denominadas nuevas voces. Parece que sigue habiendo esa mirada multicultural que cuesta superar. Es sencillo, tengo cuarenta y un años y llevo cuarenta y un años en Cataluña. Si no soy catalán, no sé que soy.
Las mujeres tienen un protagonismo exponencial en esta novela. El personaje de Rihanna es particularmente bello y trágico. ¿Qué representa para ti?
Me gustaría que fuese, a pesar de lo pretencioso que puede ser, un reflejo de la sociedad marroquí sin todas esas capa de exotización, sin ese peso histórico colonial, tradicional y teológico que, a veces, cae en picado sobre las personas marroquíes y que se presuponen a las personas de origen marroquí. Cada vez que voy a Marruecos, me doy cuenta de que hay más personas que se han ido desprendiendo de todas estas cargas.
Entonces, más allá de que es evidente que hay personas que escogen ser religiosas o tener una determinada visión sobre el género, a mí me gustaría que Rihanna fuera eso, un símbolo de liberación. Y esto ocurre en Marruecos: hay personas que quieren romper con la tradición, la religión y los dogmas para reconocerse como individuos. Rihanna al fin y al cabo, por quién es, su experiencia, podría ser de cualquier lugar. Y eso la convierte en una persona sin fronteras.
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